Los discos de Jimmy Eat World siempre han tenido la facilidad de conectar sin demasiadas dificultades con el oyente, desde esa postura de honestidad que no necesita de grandes alardes para demostrar que lo es. Algo así podemos seguir diciendo de “Damage”, su octava entrega, una más en una trayectoria sin mucho altibajo, un disco que no desmerece pero que está también muy lejos de su mejor momento a caballo entre dos siglos y la juventud y la madurez. Es un álbum que habla precisamente de eso, del proceso de hacerse mayor, esta vez desde los treinta y muchos, que está bien compuesto y tocado, pero con el que sentimos que, como todo tiene que ver con un proceso temporal (en la música y en cualquier otro mundo), quizá podría pedírsele mucho más. Aun así, y tirando también de cliché, un disco regular de Jimmy Eat World tendrá mayor impacto comercial que el mejor de los centenares de grupos de un subgénero del que son bandera y casi leyenda viva.
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