Los lugares comunes son los principales enemigos de la prensa musical. Muy por delante de los algoritmos de las plataformas de 'streaming'. Pero hay veces que, por manidos que estén, hay que recurrir a ellos. Núria Graham se ha explorado de raíz y ha decidido dar un giro radical a su carrera. Sino el más riesgoso, cerca anda.
Las curvas no las coge con exceso de velocidad por haber hecho un álbum con arpas, fagot, flauta y un toque de fábula. Ya existen referentes de la música de bosques y cervatillos como Joanna Newsom o, apurando, Andrew Bird. El arrojo está en el “cómo”: la desviación onírica, sensorial, es tan bestia, que es fácil que caiga en el arte intransferible. Que se aleje del pop. Hacia un nicho sin orejas.
Es indudable que la artista de Vic se ha explorado mucho para llegar a un quinto álbum así. Y que toda esa introspección va en detrimento de la comunicación, del “click” con el público que había ido rezumando su carrera hasta ahora.
El pretexto del disco es valioso: por fin olvidó los referentes que arrastraba de allí (St. Vincent) y de aquí (entre Maria Coma y el pop metafísico), y se encaminó a buscar una reconexión. Con lo que fuese. La ha encontrado con este ejercicio libre, de espíritu –por igual– jazzero y americano. Pero al que cuesta abrazar y –sobre todo– que te abrace. El candor se pierde entre ciclos.
Hay puntos intermedios, como el tema en blanco y negro “Dust Bowl Dreamin”, los puentes desconcertantes, dígase “Birdman” y la mágica “Yes It’s Me The Goldfish”. Un “spin off” del álbum. Hay muchos símbolos, dibujos raros, como garabatos de psicoanalista (“Fire Mountain Old Sacred Ancient Fountain”). Y hay lirismos en las profundidades abisales: “Oh I Bless Thee”.
“Cyclamen” se grabó durante meses, entre el comedor de Graham y el estudio, junto al ingeniero de sonido Jordi Mora responsable de las mezclas y la arreglista Helena Cànoves, partiendo de la base de piano y guitarra clásica de la catalana. Tal vez por eso ha salido vestido de forma tan inesperada.
A diferencia de esta reseña, el disco no es un lugar común. Sí, a tramos pisa, como un faquir sobre las brasas incandescentes, de puntillas, la “fórmula del molar”. Una “fórmula” que no se lleva bien con el misterio, esa de sonar como se debe sonar. Pero en general, las torea mejor de lo que lo había hecho hasta la fecha. Y esa es la mejor noticia. Que la obra en paz entre la Núria Graham de allí, de aquí y de “Cyclamen” caerá en algún momento. Porque vocación de músico hay para rato.
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