Vamos a ver, iba a decir (y lo digo) que Crownledge caminan firmes; puede que lento, pero con tiento. En realidad, son un misterio. Y como buen misterio, caminan como desgajando la bruma; aparecen, desaparecen, están latentes, los sientes, los oyes, de la misma se disipan; pero están ahí, llevan mucho tiempo entre nosotros. A mí me parece que Crownledge, lo mismo colectivo que banda de rock, entresijo que entelequia, aparición que prestidigitación, se caracterizan por practicar la orfebrería del ritmo y del enigma; los escucho como si fueran alérgicos al tiempo ordinario; los imagino inmersos en un universo inmenso que se expande en la infinitud de la música. Y luego sacan de golpe estos dos epés seguidos y te da un vahído porque toda tu poesía barata para describirlos se desmenuza como un terrón de greda en un puño prieto.
Me explico en prosaico: vuelven los Crownledge que han publicado dos singles en el mismo mes. Tras escucharlos con cuidado, a uno le queda la sensación de que pueden hacer lo que les venga en gana, así les pidas que lo hagan a la pata coja. Y es que lo mismo suenan parecido a lo que hicieron en “Ashes of the Black Easter” que se alejan tanto que parecen el punto azul pálido de Carl Sagan. Le sacan jugo al juego con sus máquinas, sus instrumentos, su inspiración y su universo creativo: primero un disco de canciones de post-rock a lo Black Rebel Motorcycle Club y luego otra colección donde no bajan de los siete minutos para cada corte y no parece que les importe. Suenan más orgánicos y accesibles y luego vuelven con los sintes y las atmósferas y los largos desarrollos. Lo que te intentaba decir antes, que ya sean colectivo o banda de rock, entresijo o entelequia, aparición o prestidigitación, son Crownledge y siempre consiguen escribir canciones que emocionan, sugestionan e iba a decir (y lo digo) que iluminan. Una mina.
Nosotros les seguimos el juego, y, con esfuerzo, vamos a hacer también que la crítica sea doble. Incluimos, por lo tanto, en una única reseña, referencias a ambos trabajos.
El primer epé contiene solo dos canciones. Tiene un título casi impenetrable y, por lo tanto, magnífico. Tiene que ser alegría para editores de texto y tatuadores concisos: “Smrt fašizmu, sloboda narodu!” Te lo explico yo, que no es que lo supiera, es que lo he tenido que aprender: Stjepan Filipovic era aquel partisano croata al que se cargaron en la Segunda Guerra Mundial, símbolo de la lucha contra el fascismo (la frase va por ahí) y protagonista de una foto icónica que creo que luce en una de las paredes de la sede de Naciones Unidas en Nueva York. Los ritmos contagian y atrapan desde el principio. Poco más de dos minutos dura una “Alles ist Kaputt” a la que te subes en marcha, ya viene arrancada, afanosa, aunque todo esté jodido (“Everything is fucked up”, creo entender). Y así termina, repentina, cuando esperas que se repita y dure una vuelta más. “Scalp Scars” se estira un poco más y empieza más tendida hasta que la voz se anima y siembra su eco por el plantío del ritmo. Poco después, sacaron un segundo epé, “Azaburu”: tres nuevas canciones que comparten bajo un título de traducciones variadas. Son más largas, quizás más exigentes, pero siempre se sostienen en la fibra y la dinámica. Siguen mezclando lo orgánico de las guitarras y las líneas de bajo con el trabajo de los sintes y demás glosarios electrónicos. “Butterfly” alcanza la azotea en un vuelo de casi diez minutos. El ritmo repta imparable por detrás. “Sangrilalala” empieza con cierta melancolía y a “Keraunos Vira” le crece la tensión desde las entrañas. Hay arquitecturas en lugar de estructuras: forjados, pilares, muros y vigas que dibujan un edificio infinito.
Todo terminó de encajarse en The Empty Hall Studio, de la mano de Simón da Silva. Lo compartieron hace unos meses en formato digital. Tal y como iba a decir (y, al final, dije), los Crownledge caminan firmes.
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