Ashes of the Black Easter
DiscosCrownledge

Ashes of the Black Easter

7 / 10
Holden Fiasco — 10-06-2020
Empresa — Autoeditado
Género — Rock Experimental

Crownledge es el “nuevo” proyecto de Alex Atienza, guitarrista de Dead Bronco, e Ian Mason, vocalista de The Wizards. Igual mencionar a otras bandas si solo se pretende hablar de la primera resulta de mala educación, así que pido perdón. Más aún cuando, para ellos, estas siete canciones parecen retener mucho más tiempo del que podemos apreciar nosotros, y por eso, en la primera frase, le puse comillas al adjetivo. En la información que ellos mismos han divulgado, y de la que ahora cito, explican que esto proviene, en realidad, de “una historia de amistad de más de diez años.” Se entiende, por lo tanto, que “Ashes of the Black Easter” puede convenirse como un álbum personal y escogido.

En esos diez años, la búsqueda compartida de estos dos músicos ha dado como resultado este disco y más, porque comentan que el que acaban de compartir digitalmente estaba pensado como la segunda entrega. Ahora, el que iba a ser primogénito se ha convertido en ascuas, que es como nos tienen deseando que se materialice pronto y consolide lo que hemos oído en este que le precedió inesperadamente. Este primero es experimental, dicen ellos mismos; yo añadiría que, tras escucharlo unas cuantas veces, parece el diorama de una cosmogonía musical donde se apilan en misteriosa armonía desde invitados sampleados y sintetizadores analógicos hasta modulaciones de lo corpóreo y lo espiritual. Con lo de experimental que decían ellos se entendía ya, ¿verdad? Pues espérate que hay más. ¿Quieres palabras clave? Ensartadas te las doy, añadiendo alguna propia a las que ellos mismos proponían originalmente: rock progresivo, ritmo motorik, psicodelia del tiempo y del espacio, sintetizadores, el Jung y el yang, Pink Floyd, el Moog de Florian Fricke, space rock, poesía romántica, King Crimson y Survive.

“Ashes of the Black Easter” contiene siete canciones que suenan como siete constelaciones polifónicas, y esta asociación ligeramente poética no tendrá sentido hasta que no leáis lo que os voy a decir ahora de cada una de ellas, si es que aguantáis hasta el final. “Vacuum”, la primera, presenta ya el ímpetu atmosférico y embriagador que tendrá todo el disco. Lo digo de otra forma: retumba con una resonancia cósmica. Se escucha el pálpito del espacio mientras la guitarra le pone materia a un entorno gaseoso que es, en realidad, así lo veo yo, el vacío consumado en una intensa calima musical. “About Myths & Archetypes” es la más larga de las siete y se sostiene sobre el áspero acento alemán del impecable inglés de Carl G. Jung. Sampleado y en primera fila, su discurso acaba en una especie de vórtice musical, en un agujero negro que resuena como un vaporizador. Mientras, por detrás, las frecuencias musicales que le acompañan, en obstinación rítmica, parecen las voces interiores que Jung quería que desentrañáramos: solo el que mira dentro, descubre; hacia fuera, solo sueña. Algo así decía un Jung que, en el discurso sampleado que utilizan los Crownledge, subraya la importancia de este ejercicio: “man is not complete if he is not conscious of that aspect of things”. Sin conexión al pasado, decía Jung, el efecto llegaba a la “mutilación”. Y para revelar estos poderes, para trascender el mundo frío y trivial de la estadística, Jung apuntaba hacia la poesía. Crownledge le ayuda con la siguiente canción, la del ermitaño, “Das Lied Des Einsiedlers”, que, con guitarra acústica y un estruendo dúctil de fondo, se desliza sobre un poema del romántico Novalis, dándole aplicación a lo que proponía Jung: “miro hacia atrás con gratitud.” En medio de esta liturgia, los feligreses, con júbilo, se levantan y exclaman ¡hosanna! mientras por los altavoces de la memoria se despeña aquel discurso de Manuel Azaña en el ayuntamiento de Barcelona hace ochenta y dos años. Paro y me explico: la siguiente en la lista es “Hosanna” y, si antes sampleaban a Jung, hacen ahora lo mismo con el político de Alcalá de Henares, cediéndole espacio en la canción para que vuelva a ser el orador de aquel “Paz, piedad y perdón”, las tres palabras que se usaron de título y que no entran por los pelos en el corte. Al fondo, se escucha un universo épico, un misterio sideral que parece atravesar el tiempo, produciendo apariciones fantasmagóricas que quizás solo estén en mi cabeza, porque yo escucho algo parecido a una explosión, el llanto de un niño, el roce apolillado de túnicas y cíngulos, interferencias de radio. Para más pliegues, completa el collage musical el “Hosanna in excelsis”, una marcha de procesión que cierra el telón. “Azul” se escucha como si metieras los oídos en un agujero negro, en el alma electromagnético, mientras alguien susurra un poema que parece hacerse elástico en un cosmos expansivo. La música, aquí, se hace movimiento, se mueve en círculos como un búmeran: una oscilación reiterativa que acaba por desvanecerse. “Dissolution” es una explosión hacia dentro y “Beta Sequence” levita y trasciende; sintetizadores con ritmo bailable, llevando la emoción a un clímax que no llega. Recuerda a la sonificación de la panorámica del Hubble que presentó la NASA hace poco, mezclada con ese estruendo volátil que impregna todo el disco. Suena a Survive, John Carpenter haciendo combo con Edgar Froese, Autechre de jam session con Jerry Goldsmith… Hasta aquí. Bastante he dicho ya. Enhorabuena, llegaste hasta el final y puede que siga sin tener el sentido prometido aquella, ya lejana, asociación.

Que la música establece una relación con nosotros que trasciende lo consciente y lo verbal, lo decía Jung y lo podría haber dicho igual hasta GG Allin. Lo digo yo, vamos. La música de Crownledge, de alguna manera, lo demuestra. Este paseo por el campo ultra profundo de nuestro interior permite la conexión en diferentes planos. Igual que, al mismo tiempo, “Ashes of the Black Easter” demuestra aquello de que “fantasies are facts”. Después de diez años de fantasías en intimidad, comparten el hecho con nosotros.

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