Veinte años y, lo siento por caer en el tópico, parece que fue ayer. O quizás no, y tan sólo quiera engañarme a mi mismo. Recuerdo perfectamente como entraron los Black Crowes en mi corazoncito cuando estudiaba en la facultad, recuerdo como me hicieron recuperar la fe en que era posible hacer rock’n roll, del de toda la vida, sin deberle nada a nadie, con canciones y méritos propios. Y todo ello en una época, en la que si exceptuamos alguna honrosa excepción como los Georgia Satellites, pocas eran las bandas del estilo que tuvieran algo interesante que decir, que no hubieran dicho antes los Rolling Stones o los Faces .
Era una época en la que Sonic Youth, Pixies, Nirvana, Jane's Addiction, Red Hot Chili Peppers, Faith No More y Gun’s and Roses copaban los platos y platinas de mi equipo, pero los Crowes eran el genuino rock’ n roll, el de verdad, el que bebía de Gram Parsons y Otis Reading por igual. Vale que antes Green On Red, The Del Fuegos, The Long Ryders o Villy DeVille habían dicho y hecho cosas de lo más interesante, pero a mi no me llegó. O mejor dicho, me llegó tarde. Los Crowes no. Ellos llegaron en el momento justo, en el que puedes exhibir con orgullo camiseta y actitud.
Ahora dicen que lo dejan por un tiempo y yo apuesto que volverán, porque de tanto en tanto hay que llenar las arcas. Y se despiden con este doble Cd en el que reinterpretan en formato acústico canciones que en su mayoría pertenecen a su época gloriosa: la de los tres primeros discos, obviando totalmente sus dos últimas entregas.
El ejercicio les queda de lo más apañado y cumple la función de contentar a los nostálgicos como un servidor. Aunque me temo que, a los que no son tan seguidores de los hermanos Robinson, la cosa no pasará de anécdota, y les empujará muy poco a sumergirse en su legado. Siempre que sale una referencia como esta, uno pide más y es fácil caer en la tentación de pensar que se han quedado cortos.
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