Con su séptimo álbum, el norteamericano Kevin Morby sigue afirmándose como digno sucesor de gigantes de la aristocracia musical como Bob Dylan, Leonard Cohen, Nick Drake o Jeff Buckley. Un empeño noblemente quimérico, que tiene en su nuevo disco un nuevo y magnífico capítulo. El más personal y sentido de su carrera.
La historia del disco tiene su miga: Durante una reunión familiar, el de Kansas había estado viendo unas viejas fotos de su padre de joven, con toda su desafiante vitalidad intacta. Durante la cena, el hombre sufrió un ataque y acabaron con él en urgencias. El paso del tiempo y sus desastres se ponía de manifiesto con toda crudeza. Todavía meditando sobre este incidente y con su padre recuperándose, Morby viajó a Memphis para seguir la pista de algunos de sus ídolos musicales, del mencionado Buckley a Jay Reatard o el mismísimo Elvis, todos ellos muertos en circunstancias trágicas antes de tiempo. Inevitablemente las canciones adquirieron un marcado tono elegiaco, pero también se llenaron de vitalismo agradecido. Las últimas sesiones tuvieron lugar en el mítico estudio de Sam Philips, Sun Records, que lleva su hijo Jerry Philips, para acabar de empaparse de ese carácter.
El artista retoma la instrumentación rica (piano, saxos, banjo, arpa, cuerdas, melódica, coros celestiales…) que ya asomaba en el estupendo “Oh My God” para colorear sus nuevas composiciones, que completan un trabajo en el que se vacía hablando de lo esencial. Desde el fraseo blues y el ritmo Motown y los saxos funk de la canción que da título al álbum, pasando por canciones majestuosas como “Bittersweet, TN”, “Disappearing”, “Goodbye To Good Times” o “It´s Over” y algunos desahogos rockeros (“Rock Bottom” y su cadencia rítmica a lo Bo Diddley) el norteamericano, acompañado por un brillante elenco de músicos y su habitual ingeniero Sam Cohen, se consagra como consumado artesano de canciones que revitalizan la rica tradición de la música popular nortamericana. Del blues al góspel, el soul vintage o el country. Sin que nada suene acartonado o forzado, sino vivo y vigente, en uno de esos discos hechos inconfundiblemente desde las tripas. Como canta en el corte que da título al álbum: “Esto es lo que echaré en falta de estar vivo”.
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