Aunque podría interpretarse como una etapa de incontinencia creativa sin parangón -dos discos de 17 temas cada uno en un lapso de seis meses- este momento de los Red Hot Chili Peppers se adivina, sobre todo ahora con el lanzamiento de “The Return of the Dream Canteen”, como una coyuntura que abre las puertas de la banda, la cual empuja para reconocerse como ente colectivo y mostrarse sin filtros.
Honestidad es uno de los adjetivos más acertados para hablar del reciente “Unlimited Love” y lo vuelve a ser en esta ocasión. Porque lo que aquí hay es una banda dándolo todo, pero ojo: que el “darlo todo” versión 2022 para Kiedis, Frusciante, Smith y Flea tiene casi nada que ver con el darlo todo de 1989, ni siquiera con el de 1999, cuando lanzaron el exitoso “Californication”.
Red Hot Chili Peppers entrega al completo su caudal artístico de hoy en día, si está a la altura de la leyenda o no es otra discusión, pero es de valorar que una banda con semejante recorrido y esa parva de años encima siga por los caminos que realmente le interesan.
En el marco de esta epopeya que se dibuja entre espontaneidad, sensibilidades varias, bajos protagonistas, melodías de voz de las buenas y no tanto, guitarras que casi siempre dan en la diana y baterías que no sorprenden pero son inevitables, la banda deja otro trabajo que no llega a codearse con su grandes momentos históricos pero levanta -sutilmente- la vara dejada por “Unlimited Love”.
Otra vez hay temas que sobran: si no estuvieran “Eddie” (aburrido homenaje a Eddie Van Halen en el que únicamente se salva el solo de Frusciante), “Bella” (funk lento sin novedad alguna, hasta menciona a Los Ángeles en la letra…), “The Drummer” (power pop que se queda en intenciones) o incluso “Peace and Love” (que tiene su punto simpático pero tampoco logra imponerse sobre la media), el disco sería más sólido. Incluso tiene un pequeño problema de minutaje en varios temas que solo a fuerza de repetición exceden los cuatro minutos. Pero por suerte hay una serie de razones para dejar de hablar de sinsabores y pasar a la parte de la chicha y la limonada haciendo la salvación de que si eres un fan enfermo de la vieja escuela pepperiana es muy difícil que los siguientes argumentos te vayan a convencer, y ni hablar si estuviste en algún directo reciente de la banda y te aburriste como una ostra.
Dicho esto es de agradecer que en dos canciones (dos de diecisiete, con qué poco nos conformamos) la banda prescinda del ritmo a menudo cansino de Chad Smith. Haced la prueba: poner “My Cigarette” e “In The Snow” con sus baterías sencillas y programadas y veréis cómo esa condición cambia la predisposición sonora del resto de la banda y lo hace positivamente.
El resto de canciones hace que “The Return of the Dream Canteen” sea un disco tan adorable como extraño, tenue y cálido en general, claramente guiado por corazonadas y, otra vez, sincero.
Los sentimientos que expresa parecieran no tener pretensiones; el disco lleva un aura de aceptación y transparencia que se vuelve difícil de discutir en la belleza de “La La La La La La La La” (se llama así por la onomatopeya que domina su coro, no por Los Ángeles), balada que -nuevamente- toma ventaja en el hecho de no tener percusión.
Lo límpido de las ideas del cuarteto se manifiesta también en el peso y la seguridad de “Roulette”, el funk aggiornado de la brillosa “Afterlife”, la forma en que “Copperbelly” divaga y se despoja de toda formalidad, lo ecléctico de “Bag of Grins” y el sabor de blues hendrixiano de “Carry me Home”.
Así Red Hot Chili Peppers culminan el año algo mejor de lo que lo comenzaron. Poniendo algunas ideas nuevas sobre la mesa y sin temor ninguno al “qué dirán” logran salir airosos del paso, reteniendo la atención sobre sus pasos a seguir en el futuro.
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