El nuevo álbum de vangoura presenta el sonido más vivo de la escena española. “sangre y sal” se estrena como un camino de once pasos en el que el dúo se encuentra a sí mismo entre guitarras y bases pop. En este segundo álbum, los madrileños exploran relaciones oxidadas, desamores de sitcom y cortes que siguen escociendo. Con un claro cambio de aires desde su pasado “mudar la piel”, más orientado a los sintetizadores ochenteros, vangoura continúa en la línea del EP “Chino cada martes”. Una apuesta (ganadora) hacia su dimensión más pop rock sin abandonar ese espíritu de nueva ola pop que ellos mismos van levantando en cada tema. Probablemente la máxima expresión de ello sea la colaboración con Besmaya, “números rojos”, que une lo más alto del pop joven nacional. Aunque si hablamos de temas que definan al grupo en este preciso momento, quizá “carameloraro” sería el más indicado. Una producción muy bien tratada (en la que el talento de Ganges y Bearoid, coproductores del álbum, han tenido algo que ver) y letras muy sentidas que no se hacen pesadas. “Intensismo” del siglo XXI: click.
También el single “sangre y sal”, pese a traer una faceta mucho más relajada, resume ese pie en el pasado que tiene la formación, sin quitar el ojo al eco más contemporáneo. Tampoco perdería de vista “duende”, el tema que Post Malone habría hecho si hubiera nacido en Madrid ni un “qué será de mí” que se corona como la joya de las –únicamente– seis canciones que no se habían presentado. Una decisión que, aunque entiendo necesaria en la era de la “música rápida”, hace perder cierta solidez al conjunto.
Para vangoura, “sangre y sal” es la prueba de fuego de que ya no son un grupo emergente, y de que, si el nuevo indie español tuviera una definición, ellos saldrían en la primera acepción.
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