Las canciones del agua
DiscosLos Planetas

Las canciones del agua

8 / 10
David Pérez — 26-01-2022
Empresa — El Ejército Rojo
Género — Pop

El esperadísimo décimo trabajo de estudio de Los Planetas nos llega como el agua clara que baja del monte: una corriente fresca, enraizada y libre y, al mismo tiempo, pegado a la incierta realidad que nos ha tocado vivir en estos tiempos de pandemia. Un chorro brillante de pop-rock y psicodelia flamenca marca de la casa, un fluir de ese manantial en el que tantos grupos bebieron y hoy sigue su curso, tan auténtico como el primer día.

Así, estas nueve canciones plenamente planetarias están divididas en dos bloques, uno local, más cercano a sus raíces sureñas y conformado por las cuatro primeras piezas, y otro global, con las cinco siguientes pistas, más filtradas por la actualidad y la denuncia de los acontecimientos: De Granada, al mundo.

El disco comienza con la adaptación de “El manantial”, un brillante poema de juventud de Federico García Lorca que es cielo y carne en cada recoveco, en cada sanadora estrofa que desprende armonía de una naturaleza que nos envuelve y abraza una y otra vez. Masterpiece que vale la existencia de este disco o de cualquier otro. Pura maravilla que fluye y nos empapa el alma, con la voz de J a corazón abierto, dejándose la vida en cada verso y nadando por el cristalino río de guitarras de Florent, la suya propia y las teclas impagables de David Montañés. El tema más largo incluido en un álbum de Los Planetas, doce minutos y veintitrés segundos vibrantes, mágicos y místicos en los que, si te sumerges y te dejas llevar, toda preocupación se desvanece bajo un sol sonoro que es pura vida. Tema de apertura que contiene la frase que da título al disco, siendo la pieza que da unidad, sentido y armonía a la obra completa.

Recuperamos el aliento y del poeta granaíno más universal, pasamos a la poética cañí, urbana y nazarí del “Se quiere venir” de Khaled (ex PXXR GVNG), más morfínico en su revisión planetaria, pero con esa misma enredadera de aromas de amor y desamor a ritmo de “kawa” a cámara lenta, hachís y los mil colores de un atardecer eterno en el Albaicín.

Si el adelanto de “Alegrías de Graná” fue un salvavidas sonoro al que nos aferramos en bucle en tiempos de nubarrones, abriendo el cielo a base de los planetas más magnéticos y flamenco-espaciales, con el guitarrista Edu Espín (hijo de Carmen Linares) a las seis cuerdas, le sigue otro chute de energía, raíces y alas en el que nos fundimos una y otra vez, “La Morralla”, del grande entre los grandes Carlos Cano. Del mítico “A la luz de los cantares” (77), un disparo de alegría y esperanza a quemarropa que alumbra hasta el pozo más profundo y oscuro, canción de alto contenido social que funciona como transición perfecta para pasar al siguiente bloque.

Salimos del repeat como podemos y nos adentramos en la cara B, un poco menos luminosa, más ácida y pop, pero igual de pegadiza y con el ADN de la banda inmutable. Algunos de los cortes fueron floreciendo como viñetas de la tóxica e incierta actualidad que hemos ido recorriendo desde el confinamiento: Del relato de “La nueva normalidad”, ficción y realidad desde el ojo del huracán de la incertidumbre, con la muerte de George Floyd y la irrupción del movimiento Black Lives Matter en el ambiente. Cansancio, desgaste y caos en una revuelta imaginaria con unos arreglos de vientos que la hacen más épica e invitan a pasar a la acción.

Y están por todos lados y aquí también, esos “seguidores del amante bandido”, amigos, enemigos, cuñados y familiares que bailan al son de “El negacionista”, de un sistema que no reacciona ante la desinformación y manipulación reinante o incluso que se vale de ella. Como única vía a las estadísticas retocadas y a la falsa democracia: la risa y la ironía, hacerse “seguidor de Miguel Bosé” para poder aguantar lo inaguantable…

Nos absorbe la cadencia a fuego lento de “El rey de España”, con esa aura inicial que recuerda a clásicos de su cancionero y rompe luego más pop, cabalgando sobre una de las letras más directa e hilarantes del lote, con versos más cercanos a la realidad (probablemente) de lo que pensamos: “Lo siento mucho, no volverá a ocurrir, mezclé la medicación con el whisky/No me acuerdo de nada, pero seguro que he hecho algo bien”. Las estructuras de poder están tan bien construidas que, ni un huracán de actos carentes de ética y vergüenza, pueden removerlas y hacerlas caer. Tan fácil (para el que manda) como poner el foco informativo en otro lugar.

Y recta final con esa espiral atmosférica sonora que nos engulle en “El Apocalipsis Zombie” capitalista y descerebrado, con otra de esas frases que te persigue con cadencia planetaria y no podrás quitarte de la cabeza: “Yo no quiero convertirme en una de esas criaturas horribles”. Los muertos vivientes vacíos de George A. Romero para reflejar la extendida falta de entendimiento y recursos para afrontar el día a día de una sociedad que, mayoritariamente, se deja llevar. Misma corriente y denuncia, con un soniquete más sureño (muy Solynieve) que la anterior pieza, en el cierre con “El antiplanetismo”, y ese estribillo rompecadenas como nuevo himno pop de los tiempos y vacuna a seguir: “Si no aprendes nada en el facebook/vente conmigo/a pasar una semana/en la playa y después decidimos/si nos volvemos el domingo/o nos quedamos allí…”.

El corazón de raíces de la portada (Javier Aramburu) sale del agua cristalina y salpica vida. Lo volvemos a sumergir y nos perdemos y encontramos en los secretos de “Las canciones de agua”.

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