Ya con su debut “Nanook” (16) –publicado por Instrumental, el sello de James Rhodes– Marina Herlop llamó la atención de parte de la prensa y el público más aventajado. Dos años después, la artista da un importante paso adelante con el que es su segundo disco, afrontando una complejidad intrínseca que deriva en un minimalismo plagado de aristas sonoras.
La pianista cuenta con una voz de amplia capacidad evocadora, y presenta un conjunto de ocho canciones extensas, desarrolladas con necesaria calma y donde la premisa del ‘menos es más’ es indispensable para alcanzar el objetivo. “Babasha” es un trabajo elegante y melancólico pero también inquietante y vibrante, en una conjunción de por sí turbadora. La serie incluye piezas como “Odessa”, “Naga”, “Nodnol”, “Dynd” o “Geble”, y supone un desborde de sensaciones motivado por el concepto global del álbum. Todas ellas muestran una falsa apariencia de fragilidad, pero en realidad la presente obra acoge un torrente emocional completo. Un trabajo de música clásica contemporánea que (quizá más en el fondo que en las formas) se inspira en especímenes peculiares como Björk, Antony Hegarty, Thom Yorke o Joanna Newsom, para luego definir su propia personalidad creativa.
La catalana nos atrapa gracias a cada una de sus composiciones, sin perder nunca de vista una base mezcla de profundidad y sensibilidad que resulta indispensable. Las fronteras entre géneros y estilos se difuminan cada vez más, enriqueciendo así ese resultado final que no es otro que la propia música de Herlop. Y justo en ese encuadre, Marina parece destinada a liderar la corriente que aúne el clasicismo del piano con la vanguardia más actual.
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