TMLM

La labor del crítico es aquella que se engalana a través de la sobriedad y la mirada firme, ya que pretender llevar el testigo de la objetividad nunca ha sido una tarea fácil. Pero con Cristina Len –y ya pueden apuntar su nombre con pluma de plata y en sangre– cumplir tal designio es, cuanto menos, difícil. Muy difícil. Y más si la firmeza de nuestra mirada se topa de bruces con la suya, que es apabullante.

Su nuevo álbum, “TMLM”, es un concepto atomizado en ocho temas que puede entenderse como un disco muy musical, como un contundente proyecto folclórico o una declaración de intenciones sobre el tiempo y su huella, pero que acaba siendo todo a la vez. Por el camino, además, despliega la oscura belleza de la que llena los trigales de crucifijos y posa la vajilla de porcelana en muselinas.

A través de una producción envolvente y rítmica de la mano de Bronquio –quien se encarga de la mitad del álbum–, Carlos Celes & Pau Aymí, y Kickbombo, “TMLM” decide fluir por los cauces de la memoria, el arrebato y el anhelo femenino. Cristina Len conjuga el pathos de su mirada con exasperos y susurros que dibujan en nuestro imaginario el sonido de los caminos y el silencio de los páramos castellanos. De alma charra, la cantante aborda tópicos del desespero lorquiano como el dualismo entre lo casto y lo erótico (“No sale sin sus anillos de plata, y la virgen en el cuello la guarda; tan bonita, pero lleva una pena, que si se olvida de sus cadenas…se mata” lamenta en “Se mata”, segundo tema del álbum), reivindicando costumbres y un espacio que, pese a palidecer ante el paso del tiempo, resisten en el presente con bravura (des)encadenada.

Por otro lado, el abanico referencial de Cristina Len en “TMLM” es vasto y ecléctico: desde el cancionero salmantino de Dámaso Ledesma hasta las trazas del Kanye West más sacro y la Rosalía más folclórica, situándose entre la contención electrónica y lo intimista, entre la fuerza y el lamento. Además, el álbum discurre como una suerte de Via Crucis en el que los temas se entrelazan en un lamento prolongado, como una procesión que desfila por las negruras del alma.