Si ya nos cautivó con su magnífico debut “Supernova” (21), en el que dejó patente su conocimiento y maestría flamenca, fusionando cantes con blues, jazz y funky de altos quilates, demostrando un apabullante virtuosismo multiinstrumentístico, ahora, Cristian de Moret, reaparece con un segundo galope más libre, ambicioso y arriesgado aún, “Caballo rojo”. Diez nuevas pistas –disponibles en formato físico, no todavía en plataformas– en las que su quejío eléctrico se extiende y funde con las raíces hermanas de la música negra y árabe por momentos, surcando paisajes rebosantes de electrónica y rock en vena. Una alquimia sonora que borbotea y fluye con la naturalidad de su propio respirar.
Desde la “Magia negra” inicial, empapada de electrónica francesa y soniquete rumbero, caemos rendidos al hechizo de Cristian de Moret. Las flamenquísimas cuerdas vocales del onubense vuelven a dejar marca en pocos segundos, surco a surco, encendiendo al rojo vivo la fragua de lo jondo y haciendo que convivan, a lo largo de las pistas, la esencia de los cantes de Marchena, Camarón o Morente, con ritmos sintetizados y eléctricos, deudores de bandas como Radiohead, Daft Punk o Chet Faker, entre muchos otros. Una libertad creativa que rompe toda cadena y atadura, como el estallido de furia del caballo erguido sobre dos patas que ilustra la portada y simboliza el espíritu del álbum.
Así, con esas mimbres de raíces y rebeldía creativa por igual, sigue abriendo puertas, tirando paredes y rompiendo techos, expandiendo su universo sonoro, cada vez más rico en texturas y atmósferas envolventes. Estilísticamente, “Caballo rojo” se estructura y divide en tres partes: “Furia”, “Mustang” y “Pura sangre”. La primera más electrónica y transgresora (“Magia negra”, “Limpio y puro”, “Romance de la cautiva” y “Furia”), la segunda más rockera, soulera y funky (“Ya se apaga”, “Caballo rojo”, “Me dice que me quiere” y “Lirio y rosa”), y una tercera más tradicional, en la que conviven el flamenco puro y la música de raíz americana (“Veneno” y “Tren de medianoche”). Todo interconectado por el flamenco como espina dorsal con alas, entrando sin miedo en juego y conexión con otros géneros, en canciones de amplio y rico contenido intercultural, social y sentimental. Cristian firma las letras y adapta cantos populares, además de componer la música y dirigir la producción.
“Se pierde la gente en la tierra, / se pierde la gente en el mar, / yo me perdí en tus ojos sin poderlo remediar”. La senda electrónica continua con la electrocumbia “Limpio y puro”, prosiguiendo con el desborde de psicodelia-funky y espacial en “Romance de la cautiva”, bajo una tormenta de teclados sintetizados y un pequeño respiro jazzístico incluido.
El medio tiempo de “Furia” se propaga hacia el sol, abriéndose paso entre la bruma de refinados teclados y guitarras, tejiendo constelaciones de regusto neo-soul, para pasar a darle la bienvenida a la segunda parte del álbum (“Mustang”) con “Ya se apaga”, una soleá de Triana a medio camino entre Arctic Monkeys y The White Stripes.
La titular “Caballo rojo” crece y se despliega instrumentalmente, poco a poco, como un jazmín en la noche con aroma a The Doors, mientras la voz de Cristian de Moret degusta cada verso y los torna guajira, entre guitarras eléctricas, finas y chispeantes, y una contundente base rítmica que acelera las pulsaciones. “¿Por qué maltratas mi corazón?, ¿por qué me causas tanto dolor?” y cincela con su garganta esos luminosos tientos del malquerer, “Me dice que me quiere”, donde late fuerte el bajo y unos vientos le terminan de dar un toque mariachi totalmente arrebatador a la canción. Y nos despedimos de “Mustang” viajando de New Orleans a San Fernando, de Chicago a Cádiz por alegrías bluseras en “Lirios y rosas”, con nervio y mordida de rock’n’roll.
Tercer y último acto (“Pura sangre”) y nos corre por las venas la belleza y fuerza de lo prohibido, de lo emocionalmente tóxico con “Veneno”, tarantos morentianos que ya cantaba Manuel Vallejo y que Cristian hace suyos quejío a quejío, para terminar con la crepuscular “Tren de medianoche”, con un piano inicial que parece acariciar el mismísimo Nick Cave, un expreso que traquetea por las vías del blues y la soleá, perdiéndose en el horizonte. Lo vimos claro con su disco debut y en cada uno de sus directos, ahora Cristian de Moret lo reconfirma con este sobresaliente “Caballo rojo”: estamos ante uno de los artistas flamencos más interesantes, poliédricos y libres del panorama actual.
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