En el terreno de la cultura (y la contracultura) podría decirse que la década de los setenta fueron para el mundo occidental los años del post-hippysmo, el tiempo que progresivamente condujo a una decepción amarga entre los idealistas y a un conflicto (el punk y el hardcore lo hicieron explícito) que todavía hoy sigue librándose y que los del estrato bajo vamos perdiendo por goleada. En ese contexto y con una Guerra Fría que había alcanzado su punto culminante (se bautizó como Guerra de las Galaxias y amenazaba con hacerlo saltar todo por los aires) la música se refugió en la tecnología y en una nostalgia del futuro que tuvo diferentes caras: la ironía kraftweriana en Alemania, el conceptualismo artístico británico representado en Eno o la entrega desenfrenada a lo lúdico que se encarnó en el sonido disco. En Francia, donde el choque de bloques se percibía con cierta distancia y que todavía vivía su particular resaca post mayo del 68, todas estas caras y alguna más se reflejaban en la escena musical del momento, que compartían sin estorbarse estrellas tan carismáticas como Jean Michel Jarre o Serge Gainsbourg. De hecho, de alguna manera ambos están representados indirectamente en este segundo volumen de “Cosmic Machine”, delicioso recopilatorio de sonidos producidos durante aquellos años en el hexágono con el sintetizador como principal herramienta.
De nuevo es Uncle O quien se encuentra tras esta selección de clásicos y oscuras delicatessens, y la incorporación de (por ejemplo) la más popular versión del “Palomitas de maíz” de Gershon Kingsley, la de Anarchic System (700.000 copias llegaron a vender sólo en Francia) da a entender que el pozo está lejos de secarse. La virtud del selector no cerrarse demasiadas puertas y apuntar por igual al avantgarde (el Pascal Comelade de los primeros años) que al hit bailable (Queen Samantha y su “Take A Chance”), a la banda sonora (Nicolas Peyrac disfrazándose de Carpenter para Juan Antonio Bardem en “7 días de enero”) que al kraut espacial de Heldon. El paisaje general lo dibuja a la perfección el artwork obra de Philippe Caza, también firmado en aquel contexto: a medio camino de la fascinación por las posibilidades de la tecnología y un escapismo sensual, cuasi-mitológico, tanto estas canciones como las ilustraciones de Caza se abrazan a un futuro exótico, que aquella generación sin duda imaginó muy diferente de la distopía amable en la que el mundo se ha convertido en el presente.
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