Si hemos de convenir que el contenido determina el formato (aquello de que el mensaje es el medio), la aridez acústica que se gasta aquí Conor Oberst es el vehículo más idóneo para superar una etapa de depresión, ansiedad, taquicardias y hasta laringitis, que comenzó con una falsa acusación de violación hace casi tres años (por parte de una fan trastornada, que luego reconoció haber mentido) y cuyas heridas trata de cauterizar y cerrar definitivamente con estas diez canciones, que se distancian de los satinados juegos cromáticos del ubicuo Jonathan Wilson (productor de “Upside Down Mountain”, su antecedente directo) para asirse solamente a un piano, el rasgueo de una guitarra acústica y a una ocasional harmónica, con su fiel Mike Mogis a la mesa de mezclas. Y registrado en solo 48 horas, como quien no quiere la cosa.
La desnudez se revela bálsamo para exorcizar una época de demonios interiores y malas vibraciones, y es así como el que una vez fuera niño prodigio del cruce entre americana e indie rock (aquellos desdobles entre folk rock y electrónica de bajo presupuesto al frente de Bright Eyes parecen ya muy lejos) se acerca más que nunca a Bob Dylan en cortes como “Barbary Coast (Later)” o “A Little Uncanny”, con sus loas a Jane Fonda, Robin Williams o Sylvia Plath y su puya a Ronald Reagan. “Ruminations”, séptimo largo a nombre de Conor Oberst, no es -resumiendo- el mejor trabajo de su trayectoria, pero abre en canal una zanja para descubrir su veta más confesional y doliente, con temas tan notables como “Gossamer Thin”, “The Rain Follows The Plow” o “Till St. Dymphna Kicks Us Out” descollando entre la enjuta gama de grises que destila su media hora larga.
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