Conn Bux & The Deltic Underscore
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Conn Bux & The Deltic Underscore

8 / 10
Josetxo Río Rojo — 23-09-2016
Empresa — Autoeditado
Género — Rock

Tras su anterior, más acústico e íntimo, “Opening Night”, Conn Bux vuelve a abrir la puerta de la electricidad y lo hace nada menos que con 17 canciones que llevan hasta algo más allá de una hora su nuevo disco. Y es que el irlandés afincado en Logroño siempre ha hecho gala de ese mundo ambivalente en el que son las propias canciones las que van eligiendo el formato que mejor es capaz de definirlas. Y estas 17 lo han tenido claro. Lo suyo no sólo era la electricidad de un rock nacido en la esencia del que tomó cuerpo durante los años 70, sino que se ha vestido de ropajes llenos de sudor, de negritud, de filamentos que lo mismo conectan puntos neurálgicos del llamado rock clásico con el hard o el southern rock como pasean por las pistas que llenaron de soul y funk aquellos años de perneras de pata ancha.

Pata ancha es la que demuestra este “Conn Bux & The Deltic Underscore”, puro organismo vivo que presenta, por primera vez bajo su propio nombre, a una banda que suena estable y compacta, directa y engrasada, dando vida y acogiendo a un Bux que va a tener difícil los próximos pasos si pretende alejarse de nuevo de ella. El escocés Roddy Campbell aporta una compañía geográfica y emocional que se ve acompañada de unos músicos capaces de llenar de pura materia orgánica cada nota de guitarra, cada ritmo de batería y bajo, cada línea nacida de un piano o un hammond. Es esa voluptuosidad que se ve ampliada con canciones tan efusivas como “California Said” o los vientos de “Get it out”, puro funk negroide, la que las emparenta con buena parte de lo que está creando actualmente un músico como Julián Maeso.

Y es que “Conn Bux & The Deltic Underscore” tienta tanto a Led Zeppelin como a Grand Funk Railroad pasados por la trituradora espacial de The Black Crowes, pero sin dejar de guiñar a compositores que encuentran acomodo popular dentro del clasicismo, como Lenny Kravitz o Ben Harper. Y así, canciones con la espita abierta, como “Third World War”, con el pulso épico, como “Girl with no name”, con el sabor a melodía de siempre, como “Blood on stones”, o con la fuerza intacta escucha tras escucha, como “She’s fire”, van dando forma a un disco espléndido que no pierde esa fuerza aún en su aparente gigantismo.

Y no sería deseable que este trabajo pasara desapercibido entre tanta novedad autóctona, porque no es tan habitual encontrar un creador que haya sido capaz de crear ya una obra importante y extensa, habiendo grabado incluso hace años en los estudios de Tom Waits, moviéndose en los circuitos del rock clásico, por underground que estos sean, que haya compartido escenarios con nombres como Marc Ford y Micah P. Hinson, y que siga siendo capaz de sacarse de la manga un disco como éste.

Pura fe.

Pura confianza en sí mismo.

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