Suena irónico que después de más de una década de trayectoria y cinco álbumes de estudio la formación madrileña Cómo Vivir En El Campo nos entregue ahora el LP que, por texturas, colores y tonos, más se asemeje a lo que propiamente podríamos esperar o concebir por una experiencia de vida agreste. De repente, los planetas se alinean y por fin observamos en la calmada naturaleza de su reciente trabajo esa idílica bajada de decibelios, inspirada a partir de las doce canciones de un disco que se ha dejado en casa la distorsión y la electricidad, en favor de apostar todo por la piel acústica y orgánica de un audaz volantazo estilístico que aboga por la introspección y rechaza la inmediatez. En el riesgo no reside necesariamente el acierto, pero “Yiyi” (El Genio Equivocado, 23) tiene la feliz suerte de convertir sus debilidades (la pérdida de pegada y efecto) en oportunidades y conveniencias (la adquisición de una renovada y cálida amabilidad) con las que caer de pie y salir airoso.
Como mencionamos, Pedro Arranz (alma máter del proyecto) ha logrado materializar a lo largo de este disco sus deseos e intenciones más individualistas, escapando de ritmos fáciles y dejándose llevar por un discurso contemplativo y pausado que rompa tanto con la línea continuista de sus anteriores periplos como con el tono que se puede esperar de un disco en pleno 2023. Objetivamente, tenemos ante nosotros un elepé bello, privado, elevado, elegante, maduro y sosegado que responde y cumple con acierto con la necesidad personal de su ejecutor por probarse a sí mismo en diferentes plazas y registros. Así lo concebimos, de la mano de temas que cuentan historias aun estando exentos de letra, donde impera la melodía y el tarareo distendido (“Alberto, Rosario y Manuela”) o a través de cortes sabinescos en los que la prosa se amontona sin estribillo alguno y su ritmo se endulza sin prisa a través de delicados arreglos de cuerda (“El Mundo Me Debe Nada”). Dispuesto a sacar a flote ciertos roles que se perciben casi inéditos en su hacer previo, Arranz nos deleita hasta con pasajes que remiten parcialmente al voluble surrealismo tonal de Krahe (“Por Aquí Te Dirán Que No”) o con tramos puramente instrumentales que subrayan con más vehemencia la imperturbable y plácida parsimonia de sus formas (“Martínez”, recuperada de ciertas autoediciones pretéritas); aunque eso sí, sentimos que el conservadurismo adquirido en sus formas (menos pop y más folk) tan solo se rompe (y para bien) gracias a los aportes vocales de Begoña Casado, reservada para las grandes gestas del disco (como “Algo Que Nos Haga Felices”, entre otras).
Dentro de su paz monótona, en ocasiones densa y no apta para almas sobre-estimuladas, también encontramos la riqueza de sus matices, equipada y justificada por una extensa lista de músicos invitados a la fiesta que nos llevan desde el jazz noctámbulo de “Aunque No Te Niegue El Tiempo” hasta el romanticismo vivo de “Para Presumir”. Consciente de que el sacrificio del ritmo y la cadencia por el bien de la métrica y la voz no dejará tras de sí el capítulo más accesible y fluido de su carrera, Arranz huye hacia adelante decidido a ser fiel a sus anhelos y enmarca esta colección de canciones bajo la mirada perdida de la niña que protagoniza su cubierta, anticipando el poso de ensimismamiento que un disco de estas magnitudes dejará en sus respectivos oyentes.
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