No hay quien se aburra a lo largo de estos cuarenta minutos, con producción de Guille Mostaza. Vienen (muchas) curvas. Lo de Jimmy Triñón, Gonzalo Costales, Pablo Lago y Daniel Álvarez en su álbum de debut es una colorista montaña rusa de sensaciones en la que prácticamente ningún corte replica plantilla. Sí que es cierto que se ubican en una tierra prácticamente de nadie, y que el lenguaje que emplean puede llegar a empalagar (a mí me ocurre en algún tramo, especialmente en el cierre, “Tierra Santa”, también en parte por esa deriva a lo Queen, quienes nunca me gustaron mucho), y porque en realidad les ocurre lo mismo que a buena parte de ese rock argentino del que tan buena nota toman: como me dijo una vez Fito Páez, nuestro castellano es más conciso, más dylaniano, y el de ellos acaba siendo menos seco y más explícito. Más dulzón, por abreviar.
Pero encontrarán pocos discos actuales que transiten de una apertura a lo Fabulosos Cadillacs como es “¡Dale, Cometa!” a un medio tiempo a lo Randy Newman como “Corazón mareado”, pasando por una andanada Motown como “Todo por ti”, una cumbia como “Otra vez (La cumbia de los desenamorados)”, una sentida balada como “Abrázame más fuerte, abrázame para siempre”, un interludio instrumental como “Entreacto”, una apelación a la música disco como “Invítame a bailar” (con exclamaciones que recuerdan al “Kung Fu Fighter” de Carl Douglas) o un par de canciones que podría haber firmado nuestro Luis Prado, como “Supersónico” y “No creo en el amor”. También hay algo de Charly García en “Fugazzeta en sol menor”, desde luego.
Apenas las operetas pop de Los Imposibles en los años noventa y lo que hacen últimamente Los Estanques me recuerda a lo que el cuarteto radicado en Madrid –en activo desde 2019, tenían un EP previo– logra en lo que no parece el debut de unos veinteañeros, jubiloso verso suelto dentro de nuestra escena.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.