Hay discos que están condenados a pasar desapercibidos entre el marasmo de ediciones que nos asola. Discos que atesoran una extraña belleza y sensibilidad que te acompaña, aunque no tengan demasiada repercusión mediática. Sin ruido, sin aspavientos, sin los focos de la actualidad gangrenándolo todo. Me refiero a discos como “Shaken” de la danesa Maggie Björklund, más conocida por prestar su “pedal steel” al servicio de Jack White. O discos como ese “Diamond Mine” que en 2012 se sacaron de la chistera el cantautor King Creosote y el músico “electrónico” Jon Hopkins y que nos hipnotizaron a todos los que caímos rendidos bajo su influjo.
Pues bien, muy en la línea de los discos a los que hacía referencia, me acaba de dejar noqueado de forma más que agradable este trabajo del cantautor canadiense Dan Mangan, que ha unido sus fuerzas con el colectivo de músicos experimentales de Vancouver que responden al nombre de Blacksmith. Juntos han perpetrado una obra que parte del folk-rock para expandirlo hasta el infinito, en base a unos arreglos exquisitos cargados de detalles, muy en la línea de lo que perpetran Grizzly Bear o incluso los Alt-J más atmosféricos.
Un álbum delicado que se sustenta en la gastada y profunda voz de un Dan Mangan que ha atesorado un par de premios Juno en su país, pero que todavía no ha traspasado las fronteras de la popularidad más allá de Canadá. Y sería muy injusto que no lo hiciera ahora. Canciones como la vaporosa “Offred” la más trotona y épica "Mounthpiece", la desolada “War Spoils” o la sincopada “Forgetery” te dejan una huella indeleble a cada nueva escucha, y te transportan gracias a esas ambientaciones tan etéreas como envolventes.
No te lo pienses más y embárcate sin dilación en este viaje repleto de sensaciones, que te van a dejar ese buen sabor de boca que provocan los grandes discos. Los que apetece volver a escuchar una y otra vez.
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