“Alégrame el día”, álbum de debut de Clint, pone en la palestra un debate: la discusión absurda e infinita sobre la gallina y el huevo, que encierra otras relaciones dicotómicas igualmente retorcidas y de arbitraria solución, entre ellas la que une la imagen y el sonido, el instrumento y la voz. El cuarteto madrileño que forma Clint no hace música para escenas visuales, pero será insensible el que no logre crear millones de imágenes sonoras mientras escuche éste disco. Este trabajo se presenta bajo el amparo de una discográfica elitista, Siesta, cuyo criterio no brilla especialmente por su heterogeneidad, pero sí por el cuidado que dedican sus músicos a su trabajo, como en esta pequeña gran obra instrumental. La exclusión del bajo como integrante en el equipo (dos guitarras, batería, teclados y trompeta) les desmarca de comparaciones fraternales. Pistas crípticas aunque accesibles, les emparentan con el sonido post-rock de Mogwai y en cambio son capaces de crear estructuras de pop genuino con clase, como las de La Buena Vida. Insisto, este disco no necesita nadie que cante para expresar misterio, complicidad y melancolía, la voz se elide y cantan las teclas y bailan las cuerdas.
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