El fallecimiento reciente de Mark Bell y la publicación de “Syro” por parte de Aphex Twin vienen a poner punto y final a una era y una forma de entender la música con marca de fábrica y punto neurálgico en Sheffield: más que IDM (la etiqueta más antipática posible…) existe el “sonido Warp”. Una aventura que deja de serlo en el momento en que decimos adiós al tipo que parió “Frequencies” y cuando Richard D. James publica la primera colección de canciones que en vez de mirar al futuro podría confundirse con su producción pasada. En ese contexto al que habría que sumar el inmovilismo de unos Autechre enredados en sus propios cables y esos Plaid, que a pesar de publicar aún discos notables parecen invisibles al mundo, es Chris Clark, el último en llegar a la familia, quien lleva sobre sus hombros el peso de la herencia recibida. Lo que en el caso que nos ocupa es motivo de orgullo y no lastre, el equivalente musical de quien alcanza la gloria deportiva colgándose la medalla olímpica.
A lo largo de su carrera el músico británico ha movido las fichas manteniendo intacta la esencia de su música: tanto sus primeros discos claramente influidos por los Autechre más accesibles, como el endurecimiento industrial de “Turning Dragon” (08) o los movimientos en pos de un sonido orgánico en “Iradelphic” (12) tienen en común un gusto por la narrativa cinematográfica y la melodía repetitiva a la vez que volátil, atributos que Chris Clark ha decidido forzar todavía un poco más a la hora de grabar este séptimo largo. Para ello ha dejado su ciudad de residencia, Berlín, y buscado refugio en la campiña de su Inglaterra natal.
Y así, con la ayuda de un ordenador -back to the roots- y solitarios y nocturnos paseos por el campo como única distracción, se ha construido un álbum que representa para este 2014 algo similar a lo que fue “Immunity” de John Hopkins la pasada temporada. Esto es, la euforia de la pista de baile enfrentada a las imágenes distorsionadas del amanecer post-festivo; el techno industrial de “Sodium Trimmers”, pero también un clasicismo que recupera en piezas como “Beacon” o “Strength Through Fragility” a Bach en clave electrónica; ambient utilizado como apertura (“Ship Is Flooding”), hilo conductor (“Petroleum Tinged”) y cierre (“Everlane”), pero también las canciones más concretas y afiladas que ha firmado el de St. Albans en sus casi quince años de carrera. Son esos temas (“Winter Linn”, “Unfuria” y “The Grit In The Pearl”) los que precisamente acaban por convencernos de que no podía haberse bautizado al disco de otra manera diferente a “Clark”, en cuanto estos cuarenta y ocho minutos son a día de hoy el epítome perfecto de toda su trayectoria. Y si finalmente fuera cierto que toca firmar el acta de defunción de eso que más que un sonido ha sido toda una forma de entender la música, no cabría mejor testamento que éste.
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