Solilòquia

DiscosClara Peya

Solilòquia


8 / 10
Fran González — 08-04-2025
Empresa — Allau
Género — instrumental

Nos sentimos tentados de arrancar esta reseña con alguna de esas citas célebres que abogan por embellecer el valor de la soledad desde la épica y la grandilocuencia, pero en seguida abandonamos tal manida empresa, especialmente al darnos cuenta de que el corolario verdaderamente significativo y emocionante sobre la cuestión ya lo declama Clara Peya en su nuevo disco, sin palabras ni fraseología pueril.

“Solilòquia” (Allau, 25) supone el regreso de la catalana a su estado artístico más puro, sin interferencias ni aderezos que nos distraigan del que tal vez sea su cometido más personal: entender, a través de las teclas y de su refugio en las mismas, el peso de la soledad en el presente que nos ha tocado vivir. A sus 38 años, Clara ha logrado adquirir una mayor consciencia del lujo que supone para ella tener un lugar al que acudir para sanarse cuando más lo necesita. Razón por la que, ante momentos de zozobra como el desencadenante de estas catorce piezas, el piano vuelve a convertirse en su medio natural de expresión y en un catalizador que explica sus sentimientos más allá de donde ninguna voz es capaz de llegar.

Sordina mediante, la compositora de Palafrugell atenúa los acordes de su impronta y esboza el exoesqueleto de un relato mudo e imperfecto, destinado a convertirse también en el cobijo de quienes lo escuchamos. El repiqueteo de las teclas, el pedal siendo gradualmente presionado o la respiración de la intérprete son el marchamo propio de un disco sintiente y con alma, presto a ser apreciado bajo la condición particular de cada cual. La dinámica de sus síncopas, así como la manera en la que la artista hilvana el desenlace de unos actos con el punto de partida de otros, hace de la experiencia un discurso fluido de obligatoria escucha ininterrumpida. Cada uno de sus temas logra alcanzarnos, en tanto que forma parte de un todo.

Momentos (“Metamorfosis”), lugares (“La Hoguera”, saxofón noctámbulo incluido), reflexiones (“Miedo al miedo”), vicios (“Comecocos”, pertinentemente electrónica) y conclusiones (“Pez fuera del agua”) que conforman este viaje al centro de la interdependencia, del amor propio, de la auto-reconciliación y de la aceptación. Pero también escuchamos personas (“Puxi”, dedicada con excelsa belleza a su hermana, o “Rescue”, ornamentada con un precioso mantra vocal que dialoga con el piano), pues la soledad (y nuestra avenencia a ella) no está reñida con el hecho de dejar que los otros nos ayuden a entendernos mejor.

El epítome de esta particular oda a la pausa trae consigo un retrato de armonías crudas y neoclásicas que tan solo podremos disfrutar, por el momento, en la intimidad de nuestros hogares (dónde mejor si no). Por su parte, y como lectura en última instancia de la gesta, Peya nos deja claro que “Solilòquia” no busca ser una panacea cortoplacista ni didáctica, sino tan solo el reflejo de una lucha, todavía inconclusa, por interiorizar el autocuidado en medio de una sociedad llena de fallas que nos ha convertido en nuestras propias némesis.

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