Hay un punto ciego en el bakalao. Uno que nos traslada a una suerte de túnel medieval, en donde la mística de los instrumentos de madera y los espectros más fantasmagóricos de la electrónica programada se ponen a sonar a la vez. Uno que han sabido cazar y proyectar Cicada, dúo gijonés que acaba de poner en funcionamiento su maquinaria como dúo, tras foguearse a base de bien en lo más granado de la escena gijonesa (han tocado con Manta Ray, Nacho Vegas, Pablo Und Destruktion, Captains o Viva Las Vegas, entre otros), y en el que consiguen crear un hábitat tan espectral, místico, abierto y conceptual que suena a antes de ayer y pasado mañana.
El homónimo debut que ponen en circulación a través de Framily (su propio sell, (donde publican no solo su disco, sino donde también publicarán el de sus compañeros Galgo) parte de cierta motivación neoclásica, en la órbita ambiental de Steve Hauschildt, Jóhann Jóhannsson o Hauschka; pero manteniendo el punto de apoyo y el campo de exploración con la mirada puesta en la synthwave, el dark ambient, la música drónica o el minimal wave.
Por momentos, prima el olor a madera de la viola de Sara Muñiz; en otros, priman las exploraciones oscurantistas de las programaciones de José A. Rilla. No es raro encontrar puntos comunes entre el sonido de ritual oscuro, casi de misa negra para una Santa Compaña imaginaria, con el de otros proyectos estatales como Balago o de quien se encarga de mezclar el álbum, y quien sin duda es una especie de miembro invisible en Cicada: Óscar Mulero.
Cicada consigue desarrollar puntos identitarios propios cuando consiguen converger ambas sonoridades; como en esa especie de track en varios movimientos que es “Mala Rupis”, en la pirotecnia poética, a medio camino entre Digital 21 y Reserva Espiritual de Occidente, que resuena en “La Carta” (con poema de Emily Dickinson incluido); o en “A13”, una especie de banda sonora en construcción para una película imaginaria. Algo más denso y cansino se vuelve el ambiente cuando tiran por caminos que persiguen lo homogéneo, como en “Tau”, la inicial “Ouroboros” o “Teclas negras”, canciones perfectas para una sesión de yoga nocturno con una ouija de postre.
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