Hay aquí una modulación distinta de la sensibilidad que siempre ha mostrado Christina Rosenvinge. El saldo global no tiene el impacto de sus discos, digamos, convencionales (que tampoco son realmente “convencionales”, ya nos entendemos), pero discurre por una saludable vía de servicio. Culmina un lapso de cinco años, durante los cuales la madrileña ha estado adaptando la poesía griega clásica de Safo a un contexto pop, tras estar al frente de la obra teatral que lleva el nombre de la poetisa, junto a Marta Pazos y María Folguera. Y eso lo condiciona todo, claro.
El empeño no es fácil, ya que en cuestión de adaptación métrica, síntesis y exposición temática, estos trabajos son delicados y requieren extrema precisión. Y aquí no hay soporte escénico, lógicamente. Pero fluye. Aunque tampoco deslumbre y seguramente tampoco sea esa su intención. Y muestra disparidad de tratamientos, algo que también se agradece. Combina tradición con modernidad, sin aspavientos. Folk y tacto digital.
Las guitarras eléctricas, las acústicas, el piano y los sintetizadores se reparten el protagonismo, y creo que brillan con luz propia la canción-copla “Canción de boda”, con la participación de Maria Arnal, las guitarras-sierra de “Fragmentos”, que emiten una electricidad malsana, los teclados obsesivos que realzan la inquietante “Himno a Afrodita” y el subyugante pop electrónico de “Contra la épica”, todos redondeados por una formación (Amanda Miranda, Irene Novoa y Xerach Peñate) que, consecuentemente, está íntegramente encarnada por mujeres.
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