Christina salta al vacío, y no cae a plomo sino que vuela, planea y hasta se marca tirabuzones (¡esos berridos a lo Yoko!) antes de aterrizar. Pero en todo vuelo acrobático hay imperfecciones. “Alguien tendrá la culpa”, el cuarto corte, resulta tan diferente que si pasas del tercero al quinto, el disco fluye como si se hubiera librado de una zozobra. Otros dos pequeños chirridos son el de “La muy puta”, demasiado plana para lo que promete, y el de “Segundo acto”, con una letra muy, muy tontorrona (¿Crónica social? Al menos se ha intentado).
Sacada la punta al asunto, hay que señalar y admirar el esfuerzo consciente de la autora para dejarse llevar hasta alcanzar la naturalidad en esos gemidos sensuales de “Lo que te falta”, para seducir con la mayor de la sencillez en “Absoluta nada” o para llegar a los preciosos tonos de “Romeo y los demás”, una joya incontestable. No dejará indiferente a nadie que sepa apreciar la valentía de enfrentarse a los caminos inescrutables e incartografiables de la reinvención.
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