Cuando la opinión que la prensa especializada vierte sobre un grupo, se acaba transformando en un alegato tanto a favor como en contra de la banda, no dudéis de que, en lo expresado, no es todo trigo limpio.
Por ejemplo, y centrándonos sin más dilación en el caso que nos ocupa, si leéis jugosas y exageradas expresiones de júbilo por la edición de este disco, poneos en guardia porque os aseguro que tan solo vais a encontrar una hábil repetición de todas las virtudes que llevaron a su anterior trabajo a convertirse en la bomba de la temporada (repiten a Terry Date como productor y también repiten ese hábil patrón de hip-hop-metal-melódico que tan resultón les queda y que el maestro Andy Wallace se ha encargado de mezclar en un sonido nuevamente sublime, aunque con un resultado final inferior a su anterior álbum). Si por el contrario empezáis a leer en otros medios expresiones que los tachen de meros oportunistas que echan mano de un producto especialmente diseñado para adolescentes lerdos, ten por seguro que su autor se ha hecho viejo para esto del big-rock y que evidentemente se resigna a admitir que, hoy en día, el show business precisa de tipos con una ambición y un ego tan grandes cómo Fred Durst. De lo contrario acaban o por pegarse un tiro o por perderse en experimentaciones de artista pretencioso y sin rumbo. Limp Bizkit han demostrado con su tercer disco que saben manejar el timón mejor que nadie en este mar de tiburones y por eso su calavera con tibias cruzadas hondea por encima del resto de los mortales.
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