Kadhja Bonet se dio a conocer en 2016 con “The Visitor”, un álbum de soul y pop sesentas muy delicado, de tonalidades clásicas y muy rico en arreglos de cuerda, en el que resaltaba su cálida tonalidad vocal y apuntaba maneras. Sin embargo, parece que la californiana ha querido rizar el rizo e ir unos cuantos pasos más allá a la hora de experimentar y dejar que la psicodelia, el jazz, pero también el funk, el folk y la música clásica influyan en mayor o menor medida en una propuesta que sigue basada en el soul-pop, pero desde la óptica más sofisticada y rica en matices que uno pueda llegar a imaginar.
Y lo cierto es que la cosa tiene mucha miga si tenemos en cuenta que Kadhja se ha encargado de absolutamente todo. Desde la producción, a la ejecución de todos los instrumentos, poniendo al servicio de la canción sus años de estudios de música clásica y su pericia con el violín y todo tipo de instrumento de cuerdas que recaiga sobre sus manos. Por eso nos encontramos ante un disco de carácter muy personal, en el que su autora ha querido mostrar todo lo que es capaz de hacer sin dejarse absolutamente nada en la chistera, tejiendo un sonoro lecho de tonalidades tan suaves como hipnóticas que te embarcan en un viaje sensorial de corte único.
Ya desde el tema que abre el disco te das cuenta de la mutación que ha sufrido la artista y de que, sin duda, te vas a encontrar con algo poco común. “Procession” tiene ese aire de psych-folk sesentero y raruno que contrasta con los arreglos de cuerda de “Childqueen”, un corte que se asemeja a una producción de un Burt Bacharach pasado de ácido. “Another Time Lover”, sin embargo, adquiere un tono muy certero de “chanson” francesa para, acto seguido, dejarnos del todo embelesados con “Delphine”, una de esas canciones río que sirve de epítome de un álbum sin duda inusual, pero también extrañamente bello. Un disco en el que Kadhja saca a relucir sus dotes como cantante tipo Sade, sin renunciar a las notas más altas. En “Joy” se pone el traje de de satén y nos muestra que también sabe ceñirse a los patrones más clásicos para tejer un tema casi instrumental que nos lleva sin esfuerzo a otro tiempo. Tras el viaje toca aterrizar y lo hace con un tema de pop-sofisticado como “Wings” que le hubiera encajado como un guante a Carly Simon, para volver al sonido “Mayfield” en “Mother Maybe” y pasar a abrazar el jazz vocal contemporáneo en la recta final del disco.
Lo que hace Kadhja Bonet con la música negra se puede asemejar a lo que hace Ryley Walker con el folk o, si lo prefieres, sería el reverso cultureta y jazzy de Janelle Monáe. En cualquier caso, se trata de una artista que empieza a tejer una voz propia y eso es más de lo que muchos cantantes con tan solo buena voz y mucha voluntad pueden llegar a aspirar. Es una artista con todas las letras y es lo que ha querido demostrar en este “Childqueen” carente de cualquier atadura.
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