For Dancers Only
DiscosThe Cherry Boppers

For Dancers Only

8 / 10
Kepa Arbizu — 04-05-2018
Empresa — Gaztelupeko Hotsak
Género — Soul / Funk

Puede que a día de hoy nos parezca de lo más habitual y nada extraordinario que un grupo, sea cual sea su origen, se presente marcado decisivamente por los sonidos negros, pero hace casi quince años y en el panorama vasco no lo era ni mucho menos. Por eso si nos referimos a la banda surgida del barrio bilbaíno de Santutxu The Cherry Boppers hay que hacerlo catalogándolos con el adjetivo de pioneros ya por el mero hecho de hacer suyas dichas señas de identidad. Todavía habría que agrandar más dicho reconocimiento si tenemos en cuenta la arriesgada, incluso en el presente, apuesta de materializar dicho concepto bajo un formato casi exclusivamente instrumental, una manifestación no demasiado arraigada en nuestra cultura musical y todavía sujeta a ciertos prejuicios. Todo ello, sumado a la excelente factura técnica, hace de este septeto toda una rara avis que ha logrado convertirse en referencia no solo a nivel local sino mucho más allá de nuestras fronteras.

No conformes con la relevancia ya alcanzada, su camino sigue sumando metas, la más inmediata un nuevo álbum, el octavo, que llega tras un significativo parón de casi siete años, solo interrumpido por un EP, y que además ha servido como recolocación del conjunto. El resultado es un rotundo y categórico alegato en forma y fondo sobre el poder rítmico que conlleva y enarbola su propuesta, porque si en algún ámbito la diversión y la calidad no están para nada reñidos es en este tipo de sonoridades. Idea que desde siempre han asumido y que si bien en esta grabación no vamos a asistir a cambios sustanciales en ella, tampoco se antojan necesarios dados los horizontes conquistados por la banda a base de una genuina adaptación de toda esa amplia gama de influencias.

El primer acercamiento a “For Dancers Only” lo que sí nos revela es un sonido brillante, limpio y con la exacta exuberancia para no llegar a saturar. Características tipo para confluir a la perfección con las directrices musicales que persigue el álbum. Unas composiciones que, como es norma en el grupo, se presentan impregnadas de clasicismo y donde la inicial “Tout va bien” sirve de idónea introducción, acudiendo a ese entendimiento casi científico entre órgano, metales y demás instrumentación para edificar las bases de lo que por regla general será un vibrante funk-soul que encuentra en sus teclas el virtuosismo de Booker T. & The M.G.’s, la elegancia global de The Commodores, el paso pegadizo de unos Kool & the Gang o la densidad del blaxploitation. Una invitación al frenesí que adoptará diferentes matices y tonalidades a través de piezas como el tema homónimo, bien agitado por un gritado estribillo sumergido en penetrantes ambientaciones; la conscientemente alocada “Run & Gun”; “4,3,2,1” y su sincopación a lo James Brown con un deje latino que aplica más sabor; la robustez y contundencia de “Edición especial” o los ademanes majestuosos de “Black Cream”.

Pero en este disco no solo se persigue quemar la suelas de los zapatos asaltando la pista de la discoteca, también hay momentos, y muy destacados, para bailar abrazado o simplemente cerrar los ojos y ser transportado. Así lo logrará el excelente ejemplo de la sensualidad y del latido romántico inherente al genio Marvin Gaye que es “Marvin’s Night”, o la exquisita deceleración con la que abraza “Doin Slowly”, marcada por la imprescindible aportación de la flauta. “Susu Pétalos” puede ser denominada como la canción más divergente de lote, pero principalmente por su condición de cantada, interpretación llevada a cabo por la sugerente voz de Dudu Duchen, y su patente acercamiento al jazz.

Si bien los Burning nos cantaron que los domingos eran los días hechos para bailar, todo indica que a The Cherry Boppers les parece insuficiente solo una fecha y construyen un preciso y sobresaliente tratado para expandir a cualquier momento y situación la noble tarea de mover acompasadamente, o no, los pies. Sus ingredientes son de sobra conocidos y reconocidos, de hecho pocos -ninguno si tenemos en cuenta la variable tiempo- han conseguido trasladar a un sello personal toda esa escuela clásica de los sonidos negros que hacen de la vindicación del movimiento sudoroso y vibrante un arte.

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