No cabe duda de que al referirnos a Cathy Claret, lo estamos haciendo a una de las pioneras básicas en la integración del flamenco en la caligrafía pop. Reina de la voz susurrante, gitana de la chanson francesa, inventora del pop canastero, rumbera y con olfato especial para la expresión electrónica, en su cuaderno de bitácora toda integración musical está supeditada a lo que poseen artistas como ella: el don de la apropiación estilística. Así sucede a lo largo de esta docena de temas primaverales, henchidos de una alegría melancólica capaz de sacar lágrimas de las luces de neón, como en el exultante dance-pop de “Ma Maison”. Desde la otra orilla, reluce la heterodoxia bossanova en clave rumbera de su última reinvención de “Bolleré”.
Como una Jeanette de corazón gitano, sus palabras de celofán van dibujando un arco de estribillos destinados al recuerdo perenne. De “Sola” a “Nana de la Liberté”, su habilidad para traducir tristeza en brío vital refuerza la condición mágica de toda una malabarista de la melodía. Una reina con corona en Japón que, después de tres décadas de carrera y obras tan brillantes como su trilogía inicial y “Solita por el mundo” (2015), ha logrado lo que parecía imposible: forjar una colección de canciones, incluso, más redonda y magnética que los discos mencionados. Clásico instantáneo, y me quedo corto.
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