Cate Timothy es una artista rara en su especie. Con una prolífera trayectoria a sus espaldas, esta cantante, guitarrista y compositora oriunda de Gales, colaboradora de bandas como Funeral for a Friend o Neon Neon, ha conseguido hacer de su visión de la música su mejor seña de identidad. Su cuarto trabajo, "Crab Day" (Drag City / Music As Usual) llega un año después de que debutara con su proyecto junto al psycho rocker Tim Presley (White Fence) bajo el nombre Drinks, con un álbum que no pasó desapercibido en la prensa especializada, el crudo y lo-fi "Hermits On Holiday" (Heavenly, 2015). Con su regreso en solitario, Cate Le Bon vuelve a demostrar a sus seguidores que tiene muy claro por dónde camina, y que no tiene intenciones de desviarse de la ruta que ha venido trazando con sus trabajos anteriores.
"Crab Day" juega al absurdo desde el propio título. Y es que, si algo desprenden los diez cortes que lo componen es surrealismo puro y una actitud casi cínica propia del artista outsider. Desde sus letras dadaístas hasta los arreglos –no exentos de humor y desparpajo– de ‘Wonderful’ o ‘Find Me’, que por momentos recuerdan a una Brigitte Fontaine que, al igual que Le Bon, se hubiese mudado a Los Ángeles. La calma llega también a canciones como ‘Love is Not Love’ o ‘How Do You Know?’, los que bien podrían ser caras B de la Velvet Underground con Nico al frente. Por otra parte, ‘We Might Revolve’ y ‘Crab Day’ llegan para recordarnos que a pesar de su naturaleza experimental y sus disonancias varias estamos ante un disco de pop en mayúscula.
Sin embargo, sonar a otras formaciones no es para Cate Le Bon un hándicap a la hora de mostrar su identidad; su música se hace reconocible desde los primeros acordes. Un lenguaje propio que la artista lleva explotando desde sus comienzos y que perfeccionó con éxito en su anterior trabajo, ‘Mug Museum’ (Turnstile, 2013), pero al que lima ahora las influencias más obvias del folk americano en un duro ejercicio de autodeterminación sonora, que parece haberla llevado a reconciliarse con el sonido británico retro, el mismo que en los noventa tomaron prestado bandas como Broadcast o Stereolab. Más o menos yanky, experimental o pop, queda claro que Cate Le Bon sigue respirando en este disco la misma brisa fría e imprevisible del Pacífico que la vio crecer. Y eso mola.
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