Heartmind
DiscosCass Mccombs

Heartmind

7 / 10
Fran González — 23-08-2022
Empresa — Anti / Pias
Género — Indie folk

Tal y como nos transmite la figura de su portada, bosquejada en esos tonos grises y rotos por puntuales destellos solares, el artista californiano Cass McCombs ha decidido perpetrar para su décimo disco un relato que marida con idoneidad con la presente época del año, anodina y tórrida, donde agosto parece haber vendido todo lo que tenía que ofrecernos y con urgencia nos invita a apurar las últimas experiencias estivales que guardaremos con apego en nuestro memoria el resto del año antes de claudicar frente a la llegada de septiembre.

Con “Heartmind”, podemos percibir notablemente como McCombs termina ejecutando una suerte de síntesis que refleja los sube y bajas propios del verano, aconteciendo algunos capítulos más lánguidos (“A Blue, Blue Band”), otros directamente del todo reflexivos (“Unproud Warrior”), o piezas marcadas enteramente por la pasión y el hedonismo (“Karaoke”). Es de recibo anotar que, aun considerando que el álbum se fraguó como dedicatoria a los tristemente desaparecidos Chet JR White, Sam Jayne y Neal Casal, no se puede decir que el proyecto en cuestión se caracterice por poseer un relato del todo sombrío, pues si algo lo define es precisamente la paleta de colores diversos que aportan la destacable cantidad de artistas invitados que McCombs decide integrar a los diferentes pasajes. Hablamos de nombres como Shahzad Ismaily, Buddy Ross, y Ariel Rechtshaid a la producción, y otros que nos son más familiares como los de Joe Russo, Cactus Moser o Danielle Haim, que hace un fundamental aporte en “Belong To Heaven”, entrelazando su voz con la de McCombs,y otorgándonos probablemente el tema más fresco y radiante del álbum (recordándonos en ocasiones a la mejor versión de artistas coetáneos suyos, como Kevin Morby o Adam Granduciel).

A pesar de que ese color azul, asociado a la tristeza y a ese misterioso final que nos aguarda en los cielos, tenga una especial y regular presencia a lo largo del disco, hay algo en la conmovedora poesía de McCombs que hace que el disco goce de un júbilo particular, en ocasiones demostrado de manera velada a través de un rock de carretera con reflejos de psicodelia suave y setentera (“New Earth”) o insólitamente entregándose a unos sonidos exóticos y florales que se salen de su habitual paradigma con brillante acierto (“Krakatau”). No se dejen engañar por su acto de apertura –una casi irrelevante “Music Is Blue”, completamente elaborada en un tono desigual e inconexo con respecto al resto del álbum–, pues el desarrollo del mismo nos revela al Cass McCombs más luminoso que recordamos en años y que se ve capacitado de osadas maniobras como cercar este trabajo con una extensa pieza homónima que crece progresivamente entre erráticos riffs, ecos etéreos y una deliciosa línea de saxofón que son, directamente, el colofón de oro a su maravillosa propuesta.

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