The Art of Forgetting
DiscosCaroline Rose

The Art of Forgetting

8 / 10
David Pérez — 06-04-2023
Empresa — New West records
Género — Indie pop

El (complicado) arte (y necesario intento a vida o muerte) de olvidar. Treintañeros y treintañeras como Caroline Rose (1989), arriba y abajo, sabemos (teoría y práctica) que toda pérdida amorosa necesita irremediablemente un duelo, pasar por una especie de proceso individual que recoloque de alguna torpe manera (no hay manual universal de instrucciones) las piezas de una realidad que dejó de ser y ya, por más que queramos o quieran, jamás será. Hay que ser muy manitas para recomponer los trozos de un corazón que se hizo trizas tras haber dejado, ser dejado o dejarlo bajo el irreal “mutuo acuerdo”, es como pegar los pedazos de un delicado jarrón de porcelana tras caer a pie de calle e impactar contra el asfalto, previo repentino lanzamiento al aire por la última planta del Empire State. Y claro, por mucha destreza que tengas juntando los fragmentos, faltarán muchos trocitos y serán incamuflables las grietas… aunque hay pegamentos que hacen milagros, eso sí.

Cada persona es un mundo, pero, algunos estudios dicen que el duelo se puede enumerar en hasta 6 fases: una primera de desorientación y miedo ante esa nueva realidad desconocida; seguida del valle de lágrimas, dolor y tristeza, para pasar a una fase de reflexión y otra asimilativa. Luego vendrá el desmentir aquello de: “no querré a nadie como a él/ella”, abriéndote a nuevas relaciones y finalmente, retomando las riendas y rumbo de tu vida. El camino puede diferir en cada caso y la teoría, como todo el mundo sabe, es siempre más fácil que la práctica. Además, se ha llegado también a la conclusión de que, en general, después de una ruptura, el tiempo de recuperación puede rondar de 6 meses a 2 años. Es decir: el tiempo “todo” lo cura. El arte puede ayudarte a pasar descalzo por encima de los cristales y procesarlo todo, aunque sea con experiencias bellamente dolorosas y desmientan teorías temporales como la anterior: ya lo dejó claro Wong Kar-Wai con dos obras maestras, ese “Deseando amar” que se extiende a “2046”, o Serrat cantándoselo a “Lucía”, haciendo que refloten dulces reminiscencias y zanjando la cuestión con aquello de “el olvido sólo se lleva la mitad”. Lo ideal sería llevar a buen puerto lo que Clementine (Kate Winslet) y Joel (Jim Carrey) inician, cada uno a su manera, con la ayuda del proceso creado por el Dr. Howard Mierzwiak: borrar ipso facto los recuerdos de sus relaciones. Pero ya sabemos como termina esa historia (revisen la película) en la maravillosa “Eternal Sunshine of the Spotless Mind” (“¡Olvídate de mí!”) de Michel Gondry.

Lo que sí está probado es que, crear desde ese vacío inabarcable, ayuda a metabolizar ausencias y muchos son los irrepetibles discos que han nacido (salpicados en parte o en su totalidad) de ese doloroso parto: del “Blood on the tracks” (75) de Bob Dylan, al “Extraordinary machine” (05) de Fiona Apple o el “Honestidad brutal” (99) de Calamaro, por nombrar solo una ecléctica triada de imprescindibles. Ahora se suma Caroline Rose a la lista de elegidas y elegidos que, escarbándose el lado izquierdo del pecho con sus propias manos, extrae una de esas obras que marcan un antes y un después, vital y artístico, “The art of forgetting” (23). 14 descarnadas y emocionantes pistas a corazón abierto, fraguadas tras una ruptura sentimental y masticadas en absoluta soledad durante la pandemia.

De las raíces folk-country que rezumaban sus dos primeros largos, “America religious” (12) y “I will no be afraid” (14), a la metamorfosis pop-rock en el efervescente Loner (18), pasando por su penúltimo cambio de piel con el reluciente synth pop de Superstar (20), disco que se vio interruptus en su lanzamiento y terminó flotando boca abajo en el mar del olvido del confinamiento. Dicho borrado pandémico al que fue castigado “Superstar”, semanas después de su publicación, suma un sentimiento de impotencia y vacío extra a la ruptura sentimental de la que se retroalimenta este quinto álbum, “The art of forgetting”, haciendo que esa condena tragicómica al estrellato pop que conceptualizaba su anterior trabajo, añadiera a su efímera existencia este brillantísimo y cruel epílogo. Esa crisis profesional y personal, sufrida durante un aislamiento forzoso, se funden en esta búsqueda inconsciente de sanación de “El arte de olvidar”: duelo, reconstrucción y renacer a partir de la música. 14 eclécticas pistas en las que late verdad a cada surco (de fragmentos en algunas letras de conversaciones con sus padres o terapeuta, a mensajes de audio rescatados de su abuela, enferma de Alzheimer), con Caroline Rose abriéndose en canal y tejiendo, a base de sentimientos enquistados y la paleta sonora más rica y vibrante de su carrera, uno de los cantos al desencanto más bellos, emocionantes y sofisticados de las últimas décadas.

“I'm not your mother, / I'm not your brother, / I am not your son, / I'm not your keeper…”. Así, desde la espectral atmósfera sintetizada inicial en “Love / Lover / Friend”, entre arpegios de guitarra, grietas y heridas que anuncian la irremediable ruptura, su voz (explora y juega con cada recoveco de sus cuerdas vocales como nunca en este disco) se filtra y abre paso como un fino hilo de luz que intenta dejar atrás la sombra vencida.

De la resplandeciente y adictiva aura morfínica de “Everywhere I Go I Bring The Rain”, con un mágico estribillo en el que Caroline parece convertir, por momentos, las nubes negras en algodón de azúcar, al previo baño de nostalgia y tristeza de “Rebirth”, con efectos vocales que se van desnudando y “bailando en la oscuridad”, al son de un latido percusivo de hechizante folclore electrónico, seguida de una majestuosa “Miami” que, por sí sola, justifica este disco o cualquier otro. Joya de la corona y ojo del huracán: “This is gonna break you, / You're gonna rip your own heart out. / There is the art of loving, / this is the art of forgetting how…”. La pieza más explosiva, bella y desgarradora del lote, con Rose quemando las naves en medio de una cegadora tempestad instrumental, secándose las lágrimas frente al espejo y rompiéndose poco a poco a cada fraseo, para terminar por rematarnos en un desesperado y valiente crescendo final que araña y deja sin aliento.

Los brumosos paisajes siguen su curso a base de teclados, baterías electrónicas, coros fantasmagóricos y vibrantes arreglos de cuerda, con Carole Rose buceando en el ruido de su mente, tocando fondo en pesadillas azules que se despiertan y funden con sudorosos recuerdos pretéritos, ahogando sus días en una “The Doldrums” intergaláctica; para seguir el mismo rastro de radiante oscuridad y mal sueño a fuego lento en “The kiss”, con envolvente atmósfera ochentera, rebosante de reverb espacial y ecos vocales. Deseos que tintinean por penúltima vez, como estrellas muertas colgantes en calles vacías, mientras Rose, como una astronauta perdida en la galaxia con el pecho en llamas a punto de reventar, anhela y persigue los besos que nunca volverán: “Nothing on the street tonight / but a burning heart / Reaching out and ready to explode. / For the kiss, I would do most anything / For the kiss, I would do most anything”.

Texturas oníricas y camaleónicas, con extra de melodías circulares fraguadas en esa encrucijada sonora donde David Lynch se bebe un cóctel para el mal de amores, sorbo a sorbo, mezcla de insomnio, veneno y desaliento, con sabor a Björk, Kate Bush, Beach House, las Angel Olsen y Sharon Van Etten más vaporosas y burbujeantes Voces Búlgaras.

“Stockholm Syndrome” nos mece bajo una dulce ráfaga de folk-pop con espinas, negando el cambio con poética ironía, aferrándose al pasado e intentando secuestrar el amor en una canción, para volver a acelerar las pulsaciones con otra revitalizante ráfaga liberadora de pop-rock, “Tell Me What You Want”, centrifugándonos por dentro como un carrusel multicolor fuera de control. Rozando la aceptación de la pérdida y un nuevo empezar: “Oh fuck it all, I'm done, / Life goes on, / I just gotta take a beat, / Get some fresh air in my lungs, / I just gotta do my thing / and shake it off”; pero no, los sentimientos siguen dolientes y acechando: “Let's give this one more try, / I just can't bear to lose you, / I am just pretending not to lose my mind…”, hasta que por fin, en la balacera de la frase repetida final, visualizamos el despertar de la crisálida y sentimos el cambio: “I'm becoming someone else”.

El duelo parece atisbar algo de luz al final del túnel y Caroline Rose nos abraza en la cuenta atrás, primero con la susurrante y sanadora brisa de “Love song for myself”, queriéndose y danzando sobre sí misma; y luego, con la elegantísima y sincera “Jill says”, dedicada a su terapeuta, a hablar sin esconderse, a echar de menos “a grito pelao”, a saber digerir y seguir adelante, con un arpa centelleante, un bellísimo piano y preciosistas arreglos que crecen como luminosas enredaderas, creando una pieza hipnótica que podría ser la banda sonora de un último baile o el desvelo previo a una nueva oportunidad.

“Where do I go from here” es el cierre perfecto, preguntas sin respuesta levitando en una atmósfera ensoñadora y progresiva que, poco a poco, se aclara y la voz de Rose florece y crece, brillando y calentando más que mil soles, llegando a la conclusión de que, para sanar, hay que dejar ir. Los recuerdos pueden existir eternamente en una canción, pero intenten olvidar, la vida no espera, continúa y acaba sin avisar. “The Art of Forgetting”, no dejen escapar esta maravilla.

 

Lo siento, debes estar para publicar un comentario.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.