Tres álbumes (y un EP) en veinte años. Doce y nueve años entre cada uno de sus álbumes. Tres discográficas distintas. Varios compañeros de correrías. Lo del barcelonés Carlos Andreu y su proyecto, Gasca, va camino de emular el guadianismo de The Blue Nile o Kings of Convenience, pero a diferencia de estos (a cada cual lo suyo, por muy odiosas que sean las comparaciones), cada nueva encarnación suya supone una ligera vuelta de tuerca. Y eso siempre es de agradecer, que su propuesta no criogenice tomando la misma foto fija como modelo. Por algo firma como Carlos Gasca, y no solo como Gasca. Hay un pulso de autor más firme.
"Telescopio" (Elefant, 2001) abrió una nueva vía para el pop electrónico deudor de Family. La sombra del dúo donostiarra seguía presente en un "Suerte" (Discos de Paseo, 2013) que incorporaba pinceladas de la sensible oscuridad de La Dama Se Esconde o Aviador Dro. Y este "Canciones" (El Genio Equivocado) apuntala la apertura de registros de una especie de trilogía no planificada – es un suponer: a ver quién tiene los arrestos de diseñar a tan largo plazo – con su veta más mediterránea hasta la fecha, de nuevo (como en el anterior) con la participación de David Rodríguez (Beef, La Estrella de David, Telefilme) en un par de canciones pero, sobre todo, con un Javier Carrasco (Betacam) que supervisa algunos de sus momentos más brillantes, como esa “La noche de San Juan” con aroma a salitre y habanera, la neworderiana “Favorita”, que es una irreprochable diana melódica, o la serena elegancia de “La Deidad”, un precioso broche..
Hay una clara depuración de estilo en este disco, sin duda. El arte de cómo decir más con menos. Hay trombones, sintes, mandolinas y preciosos coros a cargo de Andrea Gasca (¿su hija?), hay también guiños a Family en “El faro”, a los Kinks en “Llovía” o a The Cure en “Peor de lo que ves” (el bajo marca la misma dinámica que su “Lullaby”), y hay también un transparente deseo de delegar en la sencillez en sus textos, primando una temática que estría ese escapismo que los urbanitas que viven en la gran ciudad y pasan (con creces) de los cuarenta años tanto anhelan. También un balance más que logrado entre bombeo sintético y tacto acústico, más palpable que en cualquier trabajo anterior. ¿Ha valido la pena la espera? Claro que sí.
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