‘Wolfzeit’ es una leyenda germana social sobre el zénit tras el que todo se desmorona. En este mito se inspiró el cineasta austríaco Michael Haneke para simbolizar Le Temps du Loup. En esta línea de significado decidió aventurarse este trío madrileño, con una propuesta de rock instrumental muy personal, de sonido orgánico y naturaleza simbólica. De tal manera, a través de su artwork de corte surrealista (a lo Renè Magritte) y a lo largo de sus seis cortes encontramos pasajes introspectivos concluyen en una explosión. Estos altibajos son los que levantan las emociones más significativas de un álbum. Su experimentación conceptual no impide que sean accesible hasta para el oído menos entrenados en la escena underground.
Si la imaginación del oyente no está demasiado despierta, la banda ofrece pistas con los títulos que rematan estas piezas; como Zilch: concepto anglosajón para expresar el cero. Agartha con su elegante anticlimax sugiere ese legendario reino ubicado bajo el desierto Gobi; leyenda iniciada por Helena Blavatsky. Con Karellen hacen referencia al personaje de El fin de la infancia de Arthur C. Clarke. Finalizan con Plague Fort, una isla-fortaleza abandonada tras la IGM en Rusia, que sirvió para la medicina experimental.
Esa línea conceptual no es más que una propuesta de la banda para viajar por su proceso creativo. Desde el comienzo, “vacío”; las prisiones en las que uno mismo se encierra; la faceta viva del descubrimiento a través de la experimentación musical. Las canciones se revisten y se desnudan buscando esa ambigua narratividad.
Grabado con dedicación por Carlos Santos e Irene Génova de Sadman Estudios, y masterizado por Brad Boatright de Audiosiege en Portland (Nails, Beastmilk, Noisem, Vallenfyre, Iron Reagan, Baptistas, High on Fire, Oathbreaker…), pone el listón alto en una escena realmente plagada de nuevos exponentes que, en pocos años, ha eclosionado en forma de subescena con gran número de seguidores: Syberia, Böira, Fura, Humo, Dûrga, Deviante, Terrestre, y un largo etcétera.
Con semejante panorama, se hace legítimo reclamar algo de variedad en un trabajo discográfico que pretenda estar a la altura. Variedad de la que Cardinal adolece en cierto modo, sin que sus paisajes y sus evocaciones dejen de resultarnos una sorpresa. Un disco, para el selectivo coleccionista de rarezas, aunque no exento del oyente casual. Por su búsqueda en esa forma etérea de “música universal”, como si del lenguaje matemático de la naturaleza se tratase; y con la suerte de no tener esos lazos temáticos que unen a una banda de rock habitual con las concepciones y prejuicios sociales.
LTDL nos regala, de este modo, una herramienta de liberación de tropos y de exploración anárquica. Juzguen ustedes.
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