Jorge Drexler es un gran seductor y eso es algo de lo que él tiene conciencia casi desde la cuna y además lo explota sin ningún tipo de rubor o modestia. Por eso cala tan bien entre las tías, pero a nosotros los machitos de a pié nos genera cierto repelús -qué le vamos a hacer- y además lo juzgamos con cierto toque de envidia, celos y rivalidad animal. Por eso el porcentaje de mujeres en sus conciertos es tan elevado y los chicos que asisten tienen esa cara de circunstancias de alguien que está allí arrastrado por la fuerza. Lo cual no quiere decir que no guste entre los hombres, que gusta, pero es algo que jamás debe reconocerse a no ser que quieras ser señalado con el dedo. Esa ternura romántica de lo cotidiano; esa melancolía algo ñoña; ese dominio del lenguaje poético a base de una sucesión de imágenes entrañables y próximas, funciona. Al igual que funciona su voz suave, candorosa y tierna extendida sobre un hermoso colchón de notas acústicas. Hasta aquí todos de acuerdo. Pero por desgracia para el que escribe no es ni de lejos el formato que más le place de Drexler. Prefiero el formato eléctrico, con banda y ese punto rockero algo canalla en el que tan bien se desenvuelve. Y es que el cabrón lo tiene todo.
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