Guadalupe Plata, la banda más internacional y pantanosa de Úbeda, retomando desde su anterior trabajo de 2023, “Guadalupe Plata” (séptimo álbum de estudio), el formato dúo-boogie primigenio, Pedro de Dios y Carlos Jimena, con Houng Dog Taylor y Skip James siempre bajo las alas, disco a disco, nunca han desertado de su tierra, tradiciones y sones. De los ecos de Semana Santa a la raíz del cante jondo, todo filtrado por su inconfundible oscuridad abrasiva y sombrío imaginario, a veces con más sutileza y otras a tumba abierta. Y es que, como dijo una vez Jimena: “el blues y el flamenco hablan de lo mismo, de las penas y las alegrías, y lo hacen con mucho sentimiento”. Esas penas y alegrías (más penas que alegrías) reflotan con más fuerza y energía que nunca en estos ocho “Cantes Malditos” que firma una de las mitades de la banda, Pedro de Dios, compartiendo el blues serpenteante que le corre por las venas, con los quejíos desgarrados y dolientes del cantaor granaíno Antonio Fernández.
“Ay, como me duele el alma / desde que te fuiste de la vera mía, / yo tengo el alma triste, muy triste, / de noche y de día…”. Con el dolor de la pérdida de la mitad amada comienzan estos “Cantes malditos”, a corazón abierto en la pieza más larga del lote, “La Zambra”, ocho minutos en los que la guitarra eléctrica de Perico rezuma delicadeza, rozando la música de cámara en su inicio y fundiendo embrujo flamenco a fuego lento, mientras el alma de Antonio Fernández llora inconsolable como un niño. Las percusiones entran en juego en el ritual de lágrimas y la llama crece, con Perico en medio de la tormenta, haciendo saltar chispas a las seis cuerdas, intercalando ritmos bluseros marca de la casa con hechizantes soniquetes moriscos, para terminar por cerrar con esa letrilla popular y anónima, rosas y espinas eternas, que Enrique Morente cantaba como nadie: “Hasta los raíles del tren / me hacen llorar, / tan cerca el uno del otro / cómo quisieran, quisieran… / se alargan / y no se pueden juntar”.
Seguimos por fandangos y nos acercamos al camposanto, escenario que tan bien domina y transita Perico y sus Guadalupe, con el blues y el flamenco fluyendo con la naturalidad que baja el agua clara del monte, o más bien la lava ardiente del más furibundo de los volcanes. Antonio Fernández demuestra de nuevo su dominio total de los palos troncales y esa genuina maestría que mamó en su tierra, cantando otra letra (José Cepero) histórica, aquí titulada “Fandango del coche fúnebre” y que, hace más de medio siglo, dejó marca para siempre a manos y quejíos de “el Ronco del Albaicín”, demostrando que hay voces que se comprometen y posicionan hasta en los momentos más difíciles, dejando claro que no todos los muertos son buenos cuando mueren: Un 20 de diciembre del 73, en el mítico Colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid, Morente comenzó su recital con este fandango “pa’ el coche funeral”: “Pa' ese coche funeral / yo no me quiero quitar el sombrero. / Pa' ese coche funeral / que la persona que va dentro / me ha hecho a mí de pasar / los más terribles tormentos”. Aunque la letra ya estaba grabada en los años treinta, ese día retumbó distinta, como un rayo, en la boca de Enrique… teniendo en cuenta la actualidad del momento: horas antes, ETA había asesinado a Carrero Blanco. Suspendieron el recital y Morente tuvo que pagar una multa y dormir esa noche en el calabozo.
No hay tiempo para el duelo y los “Cantes malditos” siguen revoloteando como cuervos de fuego sobre nuestras cabezas, ya sea con la tenebrosa “La muerte no me quiere”, con aroma a Manuel Agujetas, que parece escrita para que Perico y Antonio la hicieran suya, alcanzando por seguiriya uno de los momentos cumbres de este fluido diálogo entre géneros hermanos, con vampírico teclado como extra de resplandeciente oscuridad incluido; y antes, una fronteriza petenera que corta la respiración, la inmortal “Yo quisiera renegar”, letra popular que adaptó en el 29 Pastora Pavón, la Niña de los Peines, y que, por desgracia, en este mundo de mentiras, guerras e injusticias infinitas, sigue teniendo la misma vigencia y fuerza que entonces: “Quisiera yo renegar / de este mundo por entero, / volver de nuevo a habitar, / mare de mi corazón, / por ver si en un mundo nuevo / encontrara más verdad”.
La bella cadencia andaluza de “El Vito” nos ofrece un poco de luz instrumental y respiro entre las sombras, con Perico templando el tiempo a la guitarra eléctrica, antes de afrontar junto a Antonio Fernández la oscura y jonda recta final: Martinete y toná crepuscular en “Soy un pozo de fatigas” (con el omnipresente Enrique irremediablemente en nuestra mente una vez más) y, en el siguiente parpadeo, otro de los cortes más explosivos y conseguidos, un “Al infierno que te vayas” bien engrasado y directo desde las entrañas, con cierto sabor a marcha semana santera-fúnebre y western; pieza que ya visitaron Carlos Jimena y Pedro de Dios en el último disco de Guadalupe Plata, allí “Al infierno que vayas”, con un plus de aullidos, emergiendo orgánicamente lamentos flamencos de quereres más allá del averno, en la encrucijada del Delta y el North Mississippi hill country blues.
Y si nos recordaban estos imprescindibles “Cantes malditos” a otros grandes discos que comparten ese mismo ADN de negritud del espíritu y muerte, del maravilloso “I See A Darkness” (99) de Bonnie “Prince” Billy al último y magnífico “Flamenco. Mausoleo de celebración, amor y muerte” (22) de Niño de Elche, o “Los Ángeles”, el sobresaliente debut de Rosalía, sólo por nombrar algunos, es con este último clásico de cierre que revisitan Pedro de Dios y Antonio Fernández, la milonga fúnebre “La hija de Juan Simón”, con la que terminan de conectar el puente al inframundo y consolidar esta obra como otra gran cumbre del género, poniendo el broche de oro/corona de flores perfecta a este genuino trabajo en el que blues y flamenco, pala y tierra entre las manos, lloran al unísono por la hija y el corazón del enterrador.
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