Análisis social, reescritura histórica, gastronomía y tiranía, reflexión política, estudios antropológicos e historia de la tecnología. No son nombres de asignaturas, pero todo eso puedes encontrarte en el nuevo disco de Campamento Rumano, que han titulado como una de las canciones que vienen dentro, “Amenaza de paz”.
Paz Padilla no sale, pero Pol Pot, aunque no le nombren, sí. Son siete cortes, y por eso dicen que han grabado un LP. Técnicamente, lo es, han crecido siete pulgadas. De todas formas, yo, como me aburro, he hecho un estudio. Su primer trabajo, el EP "El punk está lleno de sinvergüenzas", contenía cinco temas y duraba 5:47. "Visones", su segunda referencia, también tenía cinco temas y superaba los cinco minutos por tres segundos. En este, han subido la cifra a siete canciones y llegan a los 8:28. Así visto, parece un gran salto. Si haces cálculos, un tema en el primer disco duraba 1:09 de media y en este de ahora 1:12. A mí, más que los tres segundos de diferencia, lo que me llama la atención es que la última cifra coincida con el teléfono de emergencias. Vamos, que sí, que es un LP, pero que, por supuesto, no te esperes digresiones ni grandes extensiones, que, para eso, dirán ellos, ya están la tundra y la taiga. Tampoco es que importe tanto lo que dura, más importante es lo que cunda.
El trabajo sale con Discos Banana, igual que los anteriores, pero con la colaboración de JGC Producciones y Bowery Records. Para registrarlo, han vuelto a casa, es decir, a Pookah Sound Studios y, esta vez, Mikel Biffs, además de apretar los botones y mover las perillas, ha añadido coros, teclados y hasta un xilófono. Por cierto, que no sé si fue porque pasaba por allí o con premeditación, también Álvaro Heras hizo coros, además de aportar las fotos de la contraportada y del insert. Una última mención para el diseñador de una inquietante portada que hace muy bien su función: Mario Riviere. Ni te va ni te viene, igual, toda esta información. Tú quieres saber cómo suena y a qué, ¿verdad? Pues vamos a ello, si aún confías en lo que yo pueda decirte:
Los siete cortes en dos caras inciden en lo que ya conocíamos: doble ración de mongo punk, creo que lo llaman, con matices de egg punk y synth punk y weird punk y Punky Brewster. Punk, vamos, pero irreverente y marciano, con mucha presencia de los teclados, entre Sistema de Entretenimiento y Los Reactors. Si quieres más nombres para usar como baliza y no perderte, pues Urinals, Devo, The Spits, Aviador Dro, Leonor SS, Waldo Faldo o los Zero Boys, por decir uno más, que a alguno de ellos ya le hemos visto vestir camiseta de los de Indianapolis, aunque fuera tuneada. Pero, luego, hay algo más.
Puede que sean los arreglos, que han sumado el saxo del incombustible Beni C. Morla, que se notan los cambios en la formación, o que ya hemos visto de todo, hasta naves de ataque en llamas más allá de los hombros de Orión, pero aquí hay una nueva veta en el filón. Se les siente más presentes, más aquilatados, aún frescos e impertinentes, pero con un poso que imprime más sustancia y fondo a las canciones. No pretendo dar lecciones, pero me has preguntado y así es como lo he degustado yo.
Arrancan el disco con “Clase media aspiracional” y entran a saco, con las guitarras perfiladas perforando hasta el núcleo. La letra oculta una crítica social encubierta. Se ponen serios, parece, aunque puede que sea un espejismo, que a la siguiente hablan del plato preferido de Pol Pot: “Ensalada de papaya”. Y fue un genocida y dictador, sí, lo pone hasta en la Wikipedia, pero, con este género, casi que vienen de serie la irreverencia y la incorrección. Llámalo sentido del humor, si quieres, relativo y subjetivo, pero cógelo con pinzas que es punk y poco más. Más lustre tienen los teclados y le deben una a Witold Szablowski. A la hipnótica “Amenaza de paz”, el saxo le da un toque devónico – y no me refiero a la era paleozoica, si no a que recuerdan a los Devo – en uno de los temas más compactos y completos que han escrito. Decorada con más arreglos, el saxo cae como confeti en una fiesta a la que no te invitaron. Treinta segundos de regusto oriental por el xilófono es lo próximo: el himnus interrumptus de “Hueles fatal”. Ya estamos en la cara B, y el mal olor de antes resulta ser una “Fuga de gas”, que ocurre en el Monbar, y si lo buscas en internet te hablarán de los GAL, pero aquí tienes su verdad. Los teclados vuelven a estar inspirados, insisten con coros conversacionales y destaca el nervio del bajo por debajo. “Contagioso” se abre con misterio, pero embauca con una melodía casi etérea, naif y acertada, para perfilar uno más de sus estudios antropológicos. Cierran con un título tan de la casa, “La virtud de derrochar”, y un repaso casi nostálgico por la tecnología mal envejecida: Betamax, Sistema 2000, Láser disc, Mini disc, Ibertex y yo qué sé qué más. Todo en prácticamente dos estrofas antes de la explosión final tras otra frase legendaria, ahíta de acrimonia o quizás no.
No tengo colofón para cerrar. Campamento Rumano son lo que son y cada vez lo son más y mejor. Sí, ahora duran más, pero también cunden mejor.
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