Me imagino a Íñigo Garcés, Cabezafuego en el registro civil, el Woody Allen de la música, leyendo esta reseña mientras el cinismo le crece por dentro y de paso, mejora su cardado. ¿Qué pensara cuando se le intenta etiquetar en 950 caracteres sus nueve metacanciones autobiográficas y bipolares, envueltas en un disco- tebeo introducido por los Hermanos Cubero, dramatizado por un hípster barcelonés en conflicto con su vecina latina, y por donde transcurren, entre otros, el ex lehendakari Ibarretxe o el Psycho Killer de Talking Heads en otra nota? ¿Y a la hora de llamarle solista, justo en el momento de caminar y reventar solo, se reúne de más gente que nunca, incluso cuando estaba en Bizardunak? Hay tanto y bueno en este disco cuya variedad estética es imposible de sintetizar, aunque suene a excusa de crítico perezoso (que no niego que sea). Pienso en él, en Kokoshca o en El Columpio Asesino, y me pregunto, ¿qué demonios se meten, digo comen, los navarros?
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