Madrid es una trituradora de bandas indies para lo bueno y para lo malo. Ya nadie se acuerda (y con razón) de grupos que jugaron a ser algo sin realmente serlo como Rusos Blancos o Mamut y hace mucho frío al otro lado de las vallas que rodean el chalet de Sonido Muchacho. En ese contexto lo que han conseguido Caballo Prieto Azabache en un meteórico recorrido cuya primera etapa la culmina la publicación de “Nº1” (Hotel Records) tras una sonada presentación en la Sala Sol y con una visita a los Concierto de Radio 3 y una invitación a Texas para participar en el Festival South by South West en el horizonte.
Las principales claves para entender por qué funciona esta banda rookie sin ni un solo veinteañero se encuentra en una genuina ondulación entre la inmediatez nuevaolera que se ha convertido en seña de identidad del pop de guitarras que sobrevive en la capital y una querencia por los sonidos post-punk como manera de dar salida a determinadas inquietudes vitales. Son las canciones las que hacen que funcione la convivencia de esta propuesta de cierta bipolaridad firmemente apuntalada por una voz con personalidad y versátil y un acertado despliegue de coros, teclados y estructuras rítmicas. Caballo Prieto Azabache aciertan con el riff, el estribillo y la melodía en dos canciones que son su día y su noche como “Chica demasiado” y “Langosta”. El azimut que va de la chica bonita de primera fila a la cueva del lagarto y la serpiente incluye canciones que sirven para alimentar y dar empaque a un ansia y un propósito. Ahí están caramelos ácidos como “Ensayo-error” y el morreo de after de “Cenicero”, con su línea de bajo demoledora y los coros de Joe Crepúsculo. Cartas jueguetonas y un poco naif a Amancio Ortega (“Magnate y mecenas”) y Roger Federer (“El tenista de Uniqlo”). También la delicisamente romanticona “Las cosas grandes” y la efervescente “Sábado por la mañana”, canciones paladeables en su imperfección y su afán en intentar muchas cosas y conseguir casi todas.
Entre lo simbólico y lo literal, Caballo Prieto Azabache han sabido captar en sus canciones el estado de ánimo y la confusión de lo que significa vivir el aquí y el ahora que nos ha tocado. Han construido una identidad artística cimentada en la complicidad y la empatía vestida con un envoltorio sonoro que parte de parámetros reconocibles sin caer en lo referencial. Si quieren y les dejan, esto podría ser el principio de una bonita amistad.
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