Más allá de para dilucidar cómo habría sido el álbum más importante en España de la última década con las incorporaciones y cambios que se suman –tarde y con estilo– a “La Sobremesa” de “El Madrileño”, esta segunda ronda de licores a los postres nos brinda la oportunidad de analizar, a un año vista, el fenómeno que nació al calor de un trabajo memorable que alejó definitivamente a Antón Álvarez Alfaro de las –a la sazón intrascendentes– cuitas del género urbano menos elaborado, y lo elevó al altar de las figuras pop que él siempre quiso y luchó por habitar.
“El Madrileño (La Sobremesa)” construye y reconstruye el universo creativo sobre el que se edificó el concepto que acabaría cristalizando en el giro de timón más memorable de la música popular española, tan maltrecha durante el siglo XXI que no había quien supiera hilvanar el favor del público y de la crítica al mismo tiempo. “El Madrileño” es C. Tangana asumiendo su condición y su responsabilidad generacional mientras recibe a la historia a porta gayola sin que le tiemble la voz ni el pulso, al menos públicamente, donde siempre ha sido mostrado una imagen de suficiencia que casi le cuesta la carrera al ser incapaz de trasladar al imaginario español el arquetipo del rapero locuaz, serio y ególatra. Para superar el handicap cultural, C. Tangana intentó conquistar Estados Unidos y Latinoamérica. Durante un par de años pasó el mismo tiempo allí que aquí, firmó temas de muchísima calidad y colaboraciones impensables para cualquier artista español antes que él mismo, para finalmente caer de pie otra vez y volver de allí con España (Little Spain) bajo el brazo y el material vital para ponerse manos a la obra con un concepto como El Madrileño, que le terminaría cambiando la vida por lo liberador que supone para cualquier creador encontrar nuevas formas de expresión alejadas de lo conocido.
Que nadie se confunda. Musicalmente, “El Madrileño” –y esta sobremesa lo ratifica– es la representación del C. Tangana fuera de casa contando su historia de mil maneras diferentes, intentando agradar al público del país o de la clase que se encontraba en cada una de sus paradas. En este sentido C. Tangana sí que se parece al Bob Dylan que tanto admira, cuando en sus inicios le contaba a cada persona que le preguntaba una historia diferente sobre sus orígenes. La clave de todo su proyecto descansa sobre dos pilares. Uno rompe la imagen de egomanía instagrameable, aderezada con drogas, mujeres y alcohol. Otro es la asunción de su papel en relación a su identidad cultural.
Lo primero es construir el imaginario de Pucho alrededor de su gente, su círculo y su familia. Lo que durante el lanzamiento de “El Madrileño” fue una mera anécdota (la aparición de la familia del artista en el visual de “Ingobernable”), y antes de “El Madrileño” un mero ensayo (la negativa a entrar a los Premios Icon si no podía acompañarle todo su equipo de trabajo), durante la comida que ha sido este último año, con pases tan deliciosos como el cocido de Lhardy, y hasta una bendición a la mesa al terminar y no al empezar, ha quedado reflejado de forma más evidente. El “Me maten” (“me maten si no pueden entrar, me muera no les quiero fallar”) con el que sentó a su alrededor a amigos y familiares en una performance musical para el mundo anglosajón verdaderamente representativa de lo que somos como cultura y como país. Incluso la misma foto del “Yate”, que sirvió de comidilla este pasado verano, lo que quería decir realmente es estos son “C. Tangana y su gente” y hasta periódicos de tirada nacional jugaron al quién es quién es en cubierta. Así C. Tangana apelaba al inconsciente del público español con un incuestionable como la familia o, en su defecto, los amigos. En una de las inéditas de esta sobremesa, “Te venero”, lo confirma, por si hacía falta: “he faltado a casi todos mis principios, pero a toda mi familia la he traído aquí”.
Lo segundo era asimilar su procedencia y su rol. En este sentido, C. Tangana se ha asimilado como español e hispanoamericano desde un lugar tan apropiado como el casticismo madrileño, puerta abierta al resto del país y de la comunidad hispanohablante, con una particularidad tan importante como las disonancias y los contrastes. El Madrileño es el rol con el cual se ha sumergido en todas las culturas musicales que ha querido sin perder su esencia auténtica de viajero y de curioso, de ladrón y de freewheelin. Ser El Madrileño le permite a C. Tangana ir de una historia u otra, y contar un relato fragmentado, no a través de sus personajes, sino de diferentes lugares y tiempos.
“El Madrileño (La Sobremesa)” incluye, además de “Te venero”, la impresionante “Bobo” que ya sonaba en uno de los vídeos de presentación del álbum original y la no tan espectacular “La Culpa” (en este caso, Tangana viaja al mundo calé). Con la inclusión de estas canciones, así como de “Ateo” o “Yate”, “El Madrileño” hubiera sido un álbum más luminoso y evidente, más digerible e intrascendente. Hay en todo el original una tensión silenciosa y latente que no existe en las novedades por muy buenas que sean. “Tú me dejaste de querer” y “Ateo”, cara a cara, son un buen ejemplo. En este viaje cuyo último capitulo hasta el momento ha durado todo el último año (sí, solo hace un año de “El Madrileño”) el artista nos ha encaminado, sin que nos diéramos cuenta, hacia una gira que supondrá su encumbramiento en los grandes escenarios de nuestro país y de varias ciudades latinoamericanas antes de verano. Empezó el sábado 19 de Febrero en Málaga. “Sin Cantar ni Afinar”, que así se llama la gira –un verso de “Un veneno”– tiene algo de profecía autocumplida, de círculo cerrado, de personaje consciente del momento y de sí mismo, expiado, ya, de todo lo que fue.
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