Estos viejóvenes e ilustres albaceteños –herederos naturales del mejor sonido de Castilla-La Madchester por ser ex miembros de Mercromina y Surfin Bichos, entre otras bandas míticas de la capital del llano– acaban de firmar su mejor disco hasta el momento. Y no es casualidad haberlo conseguido con la ayuda de un Paco Loco en estado máximo de gracia sonora.
“Autosabotaje” es similar a todo lo publicado hasta la fecha por Burrito Panza, pero mejor. Quiero decir con esto que sin apenas cambios, ajenos a modas y pocos fuegos artificiales –ni falta que les hace– mantienen un sonido fiel a sus propios y santos principios musicales y valores personales. Pero sí han sabido sumarle pegada, rabia, potencia y hasta algo de comercialidad –con perdón por bien entendida y mejor jugada– al asunto.
Entre las canciones que contiene este nuevo compendio destacan, como siempre, las centrifugadoras baterías de Carlos Cuevas –uno de los mejores del país en lo suyo– y el bajo de mil quilates del doctor –que lo es por maestro- José Manuel Mora. Vamos, la mitad de Surfin Bichos y Mercromina al aparato; pero bien madurados y estupendamente atemperados. No saben vivir sin aprender algo nuevo cada día y eso se les nota. También la guitarra, voz y prosa de Carlos Flan lucen más y mejor que nunca. Con una identidad consolidada y sin tantas susurrantes influencias de por medio. Finalmente el cascabel al pollino se lo pone ese enorme músico que es Rafa Caballero aportando color, fondo y emoción a esos teclados que tan bien le sientan a las canciones de “los Burrito”.
Destacaremos la suave fiereza noise de “Dolor con sentido del humor” y la intensa emotividad de “Cien años” –con efluvios de My Bloody Valentine-; además de la intimidad surfinista de la nana “El insigne insomne” y del pop laberíntico, que desemboca inesperadamente en punk, de “Valeria dice”. Mención aparte merece la preciosa aridez del tramposo medio tiempo de “Dos inercias” y “Perdido al infinito” por su querencia pop que la hace optar –con muchas posibilidades de premio– a ser coreada en los festis patrios, cuando vuelvan para alegrarnos la vida. En fin, un notable trabajo –de los que suman– de una magnífica banda a la que –y aquí viene lo agridulce– aún se le puede pedir –¿o mejor exigir?– mucho más… casi el cielo.
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