Después de haber postulado el suyo como uno de los talentos emergentes más atractivos del panorama sumergido reciente y haber insuflado esperanza y vida a la escena guitarrera independiente de nuestro país a través de unos primeros EPs impecablemente destacables (“Delta” y “Niebla”, publicados respectivamente en 2019 y 2021), el quinteto Bum Motion Club ha dado el paso al frente que muchos esperábamos y ha firmado por fin su debut en larga duración de la mano de “Claridad y Laureles” (23).
Bajo una excelente e intachable línea continuista, la formación de Aranjuez ha seleccionado lo mejor que pudo ofrecernos durante los primeros compases de su arranque profesional (aquel que de vez en cuando nos colaba temas cantados en inglés y su sonido bebía directamente del pop anglosajón más añejo y vaporoso) y ha logrado llevarlo a un nuevo nivel instrumental y compositivo; más maduro, más sólido, pero conceptualmente igual de brillante. Sin la necesidad de verse envueltos en un proceso de desnaturalización artística que pudiera haber terminado desvirtuando los pasos que ya tenían andados, la banda nos presenta ahora las ocho canciones correspondientes a su primer disco, acreditando con mérito supino una aplaudida evolución que pasa por la doma y el control de sus respectivos aportes (con Alejandro Leiva, guitarrista de la banda, como encargado directo de la producción de los mismos) y redondea la jugada con un discurso descreído, escéptico y fatídico que, por suma, resulta generacionalmente pertinente.
Nos lo revela su deliciosa insatisfacción personal, esclava de un presente malévolo y sin piedad que se manifiesta a través de versos dolorosamente transversales y vigentes a cualquier época, con la libre interpretación tornándose colectiva y la disconformidad siendo su lugar común favorito (“España te ha abandonado, Europa se ha burlado / Deja de preguntarte todo lo que hubiera pasado”, cantan en “España”). El verbo que enhebra los distintos pasajes de este breve pero efectivo LP no son sino fruto de un proceso de autoanálisis a conciencia del que se obtienen diatribas tan suyas como nuestras (“Algo no funciona, está lejos de estar bien. No recuerdo como era antes de perder esta entereza, quizás sea el miedo, la autoestima o la ansiedad / Todo el peso por la espalda de esta trampa generacional”, suena en el arranque de una arrebatadora “Casi Un Buen Día”), recordándonos la urgencia con la que vivimos (“Deprisa, Deprisa”, remiten entre referencias al cine de Saura) y dejándonos entrever que en esta particular contienda contra el destino más ruin y aciago, ellos están de nuestra parte (“Quizás el fango vuelva otra vez”, nos avisan entre progresivas líneas de teclado en “Azul”, hasta rematar con un épico e insólito solo de guitarra, que a todas luces se consagra como uno de los peaks más conmovedores del disco).
Por supuesto, y como moraleja arquetípica de su hacer, también termina volviendo a haber luz al final del túnel (“Romperé las ventanas que oscurecen tu casa”, exclaman en “Afecto y Simpatía”, rascando donde más duele y tentándonos con la lágrima). Un arrebato emocional y vívido que marida a las mil maravillas con el grueso gorgojo de las cuatro cuerdas de Iris Banegas y la visceralidad percutiva de Pablo Salmerón, los reflejos cristalinos y sintéticos de Alberto Aguilera y la no menos enérgica perorata de riffs de Leiva y el verso roto y sentido de Pablo Vera. “El mundo nos hizo así”, dicen; pero sin ambages demuestran tener ahora las herramientas necesarias para seguir enfrentándose contra cualquier viento y marea gracias a un disco cuyo único pero es que tiene fin.
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