Aunque no nos hayamos visto completamente privados del talento de Conor Oberst gracias a varios discos firmados bajo su propio nombre y a Desaparecidos –su otro proyecto (mucho más agresivo y cercano al punk) con los que entregó el interesante “Payola” (Epitaph, 05)–, lo cierto es que se empezaba a echar de menos un álbum con la rúbrica de Bright Eyes. La banda regresa más de nueve años después de su anterior entrega, “The People's Key” (Saddle Creek, 11) y, atendiendo al resultado, parece que todo ese tiempo ha sido empleado a conciencia en crear un disco ambicioso e incluso por momentos grandilocuente, dentro de esa lograda mezcla de indie-pop y folk que maneja el trío.
“Down In The Weeds, Where The World Once Was” es un álbum trabajado en firme en base a esos parámetros, con adornos instrumentales cargados de barroquismo además de una orquestación que engalana y ensalza con orgullo el alma de las propias canciones. Una apuesta arriesgada que bien podría haber caído en el exceso de formas y la consiguiente saturación, pero que en realidad prueba la pericia del autor a la hora de colocar ese tipo de ornatos. Inmediatamente después de una extraña introducción de título “Pageturners Rag”, aparece el habitual toque mágico de Oberst para dar con esas melodías brillantes pero de poso melancólico, sentidas y tan personales que su autor resulta fácilmente identificable. Sucede en “Dance And Sing”, el medio tiempo “One And Done” –una de las joyas del lote–, “Just Once In The World”, los singles "Persona Non Grata", "Forced Convalescence" y "Mariana Trench", la preciosa desnudez de “Hot Car In The Sun”, o el remate distinguido que supone “Comet Song” cerrando la referencia. Si bien es cierto que la inclusión de catorce cortes puede resultar algo excesiva y una mayor concreción hubiese sido gratificante (sobre todo acortando un tramo final algo menos inspirado), en realidad éste es un conjunto que fluye con fuerza y sentimiento. Una secuencia guiada en todo momento por la convencida interpretación vocal del músico, cargada de un arrojo casi inédito y amparado por todos esos detalles adicionales utilizados para completar las piezas.
Bright Eyes alcanzan así el mágico número de diez discos de estudio, despejando cualquier duda acerca de su vigencia y convicción con un trabajo dedicado al hermano de Oberst fallecido en 2016 (“Tilt-A-Whirl” es extremadamente emocionante). Si hace unas semanas Rufus Wainwright publicaba un disco magnífico que nos devolvía su mejor versión, el presente “Down In The Weeds, Where The World Once Was” bien podría situarse cerca de aquél por afinidad. Y porque, en este caso, la obra en cuestión también nos devuelve en plena forma a uno de esos pequeños genios capaces de facturar maravillosos elepés, al tiempo de reafirmar su singularidad creativa y ejecutiva.
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