En la web dedicada a su nuevo disco, el británico Brian Eno sostiene que “quizá se puede dividir a los artistas en dos categorías: granjeros y vaqueros. Los granjeros se asientan y cultivan una parcela de tierra cuidadosamente, encontrando más y más valor en ella. Los vaqueros buscan nuevos lugares y se emocionan por el simple hecho de descubrir y la libertad de estar en un sitio en que no mucha gente ha estado antes”. Deja la sorpresa humorística para el final: “Solía pensar que yo era temperamentalmente más vaquero que granjero, pero el hecho de que este disco pertenezca a una serie que lleva cuatro décadas funcionando, me hace sentir que tengo algo de granjero”.
Eno es el padre de aquello que se etiquetó a mediados de los 70 como música “ambient”. “Discreet Music”, de 1975 y su primera colaboración con Robert Fripp, sentaron las bases de un lenguaje musical que nunca ha dejado de seguir explorando en estas más de cuatro décadas entre colaboraciones, producciones y discos no exactamente colocados en un género peliagudo que en su versión más trivial ha degenerado en música de ascensor. Pero en su más noble acepción, su ambient bucea en abstracciones melódicas que estimulan la introspección. Un espejo sónico.
Ni un año después de su elegía sobre el desastre del Titanic “The Ship” y la I Guerra Mundial, el decimonoveno disco del compositor Brian Eno mira sin disimulo atrás, a su legado como explorador (y granjero) de la música sintética. Pero también al futuro: Buscando el efecto de un río sonoro sin principio ni final y siempre cambiante, Brian Eno compuso el álbum con una aplicación de software (los últimamente denostados algoritmos) que cambiaba y modulaba la relación entre las notas constantemente, según lo grababa.
No se puede negar al británico vocación aventurera a estas alturas, y también su esperanza de que en la época de la dispersión (de la que, por cierto, esos algoritmos no son inocentes) haya todavía gente dispuesta a dejarse atrapar por una pieza que no va precisamente dirigida al público impaciente: 54 minutos de minimalismo orgánico de misteriosas formas musicales que van mutando, con el tono elegíaco y profundamente humano que tenía su último trabajo, pero que destila mayor pureza y menor autocomplacencia. Ya sea granjero con inquietudes o vaquero heterodoxo, “Reflection” le coloca desde ya entre la producción más hipnótica de su larga y fecunda obra.
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