Estocolmo. Dos amigos, dos corazones rotos, un bar y la promesa de no escribir jamás una canción estando sobrios.
Mujeres y alcohol, esos son los motores que ponen en marcha “Bravo!” pero que nadie piense en la figura de un apesadumbrado crooner con traje y barba de tres días soltando lamentos detrás de un piano; esto es pop colorista y eufórico, un pop que bien puede alegrarte el día. Daniel Johansson y Joakim Sveningsson se adscriben a esa tradición sueca marcada por las canciones refrescantes y los arreglos exquisitos y, a base de guitarras, xilófonos, vientos y los inevitables “La la las” arman un discurso que tiene tanto de amable como de inofensivo. Unas canciones que tan pronto pueden caer en el estribillo edulcorado de “”Friskashuffle” como en el acierto absoluto de “Gold”, “Four Points” o las dos versiones de “Shotgun Sister”. A ese pop ortodoxo y delicado también hay que sumar alguna sorpresa como la incursión de un divertido sirtaki (“I Gave My Life”) o la búsqueda del contraste entre la introspección acústica de “Goldfish” y la festividad electrónica del bombo a negras de “Monday”. Para pasar un buen rato sin darle demasiadas vueltas.
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