Sigue oliendo a sensación. Cuando las evidencias se escupen con una mezcla inteligente de vasta cultura musical propia y sobrado pundonor ajeno (el poeta Carl Hancock Rux en “Living Room”, el terminator Bobby Gillespie en “Sick City”, Jon Spencer en la impagable “Bad Thing” y la candorosamente rockera Martina Toppley-Bird en “Zero Tolerance”), el disco en cuestión sólo puede partir de una calificación: de notable para arriba. Después de “Let’s Slash The Seats … This Film’s Crap” (95), con el foco puesto en el soundtrack, y “Let’s Get Killed” (97), en el cual ya registró con su DAT la vida de la calle y sus habitantes más excéntricos (en ese caso NY), en el presente trabajo –con un sonido general más cercano al rock (Stooges y la Velvet)- el argumento se basa en un guión cinematográfico (“Living Room”) sin todavía localización ni plan de rodaje. En éste da rienda suelta a lo que tanto le gusta: beber del exterior (la imagen y el comentario) y reciclarlo en el interior (la canción vista desde las diferentes facetas que domina: productor, remezclador, músico y DJ). Su creciente tendencia en escribir canciones para el celuloide y su confesada afición por el componente visual de la música que compone van haciendo mella en su evolución. Los ingredientes son todo lo aprendido desde que pinchaba música a sus quince años: punk, northern soul, hip hop, jazz oscuro, funk, psicodelia, r’n’r, trip hop y lo que le echen. Sin duda, un genio del reciclaje –vía electrónica- anda suelto.
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