Heavy Rocks (III)
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Heavy Rocks (III)

7 / 10
Tomeu Canyelles — 11-09-2022
Empresa — Relapse
Género — Rock

Igual debías estar muy metido en el rollo para haber oído hablar de “Amplifier Worship” (98) o “Flood” (00) antes de “Heavy Rocks” (02) pero, ¡oh, Dios!, aquel álbum naranja dio mucho de qué hablar en aquellos primeros foros musicales pre-redes sociales. Algunos escépticos sintieron que eran “otro refrito stoner” [SIC], el hype del momento; otros lo vivimos como la primera toma de contacto con una banda a la que hay de dar de comer a parte y a la que, sin duda, el tiempo ha terminado por dar la razón. Ese primer “Heavy Rocks”, que se resiste a ser reeditado por imperativos legales, podría seguir poniendo a prueba la resistencia de la membrana de cualquier altavoz. O, quizás, la de tu mente. Tras una racha de inspiración absoluta –“Feebacker” (03), “Dronevil” (05), “Pink” (05) o “Smile” (08)–, en el 2011 publicaron su segundo “Heavy Rocks”, el morado; un doble disco que, pese a tener grandísimas canciones, dividió a su público y, por tanto, nunca ha sido demasiado celebrado.

Desde entonces, Boris han cumplido con regularidad, ya sea mediante grabaciones inmaculadas –como “Noise” (14), “Dear” (17) o “Lφve/Evφl” (19)– o material de desecho: la ridícula trilogía que forman “Asia”, “Urban Dance” y “Warpath” (15), los descartes de “1985” (19) y “New Album 2009” (2021) o un puñado de epés que no hacen más que confirmar que más no necesariamente equivale a mejor. Esa incontinencia creativa ha hecho que Boris sean su peor enemigo por esquilmar el valor de una discografía que abruma por la cantidad de grandes álbumes que contiene.

No hay dos sin tres y, tras el atmosférico y bellísimo “W” (22), vuelven a dar otro violento viraje a la contundencia con su tercer “Heavy Rocks” (22). Su extensión (poco más de cuarenta minutos) contribuye a que sea mucho más conciso que su homónimo del 2011 aunque mucho menos compacto que el “Heavy Rocks” original. El predominio de los tempos rápidos constituye el principal eje de gravedad del álbum, acercándolo por momentos a la intensidad corrosiva de “NO” (20). Con su deje d-beat, “She Is Burning” abre junto a la floja “Cramper” y “My Name Is Blank” un primer tramo directo a la yugular. La colaboración del saxofonista Kazuya Wakabayashi y esas ráfagas de notas deudoras tanto de John Zorn como Steve Mackay salvan a “Blah Blah Blah” de la modorra, complementándose a la perfección con las atmósferas que Wata, esa suma sacerdotisa del ruido, es capaz de crear. “Question 1” podría pasar por otra pieza atropellada de no ser por esa sección central que remite de lleno al “Blackout” de Pink. Pese al evidente autohomenaje o autoplagio, funciona a la perfección: la belleza que pueden crear a partir de tan pocos ingredientes sigue encogiendo el corazón. La atmosférica “Nosferatou”, en el que también colabora Wakabayashi, remite a la profundidad de las texturas que tenía “Lφve/Evφl”, siendo junto “Chained” otra de las mejores bazas del tercer “Heavy Rocks”. Quizás el disco habría ganado puntos prescindiendo de un final tan apagado como la desaprovechada “(Not) Last Song” y, sobre todo, “Ghostly Imagination”, cuya base electrónica tan machacona como asfixiante resta homogeneidad al conjunto.

Lejos de sus mejores registros, “Heavy Rocks” cumple con su principal cometido: ser sucio y apabullante; inteligente y cafre; urgente, impredecible y, a veces, incluso errático… Para bien o para mal, suena a Boris al cien por cien: la personalidad de Wata, Takeshi y Atsuo impregna cada nota del disco y, tratándose de una banda tan increíblemente camaleónica, es algo que permite enamorarte de nuevo de su música.

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