Hasta tres años hemos tenido que esperar por el nuevo trabajo de Bon Calso. A día de hoy, una espera de este calibre no debe sorprender a nadie. Sin embargo, en el caso de Calso estamos hablando de un caso muy concreto, motivado por su renacimiento artístico, propiciado por la pandemia, que casi le llevó a abandonar su carrera musical.
Aunque sin dejar de lado su perfil trap, a partir de comienzos de 2020, Bon Calso fue desgranando las claves de una patente más estilizada, enfocada a arrastrarnos a las fauces de los biorritmos fraguados en cortes con la toxicidad sensual de “Don’t Cry”, uno de los puntales sobre los que se sustenta tan labrado viaje hacia las entrañas de un estilo, como el forjado por Bon Calso en cortes del calibre de “No me importa”, en el que participa Sticky M.A. La participación del ex Agorazein sirve como excusa ideal para jugar con las posibilidades tonales marcianas del autotune. Esto mismo sucede también en su alianza con Albany, en “000”, otro de los highlights más rotundos de un ramillete de canciones, en las cuales también nos encontramos con colaboradores como Clutchill, que deja su huella en la odisea onírica elaborada en “Dame un solo weekend”, otro de los momentos más brillantes de “Outta My Head”.
A través de la deformación vocal de Calso, es como nos sumergimos en las profundidades de su naturaleza vital. Todo un microcosmos cuajado en torno a los significantes de la urban music life adoptada por un tipo que, en este álbum, ha vampirizado el código genético de la ortodoxia trap a través de un extasiado filtro soul, a lo largo de dieciséis rodajas irresistibles para los más hambrientos de pureza trap.
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