The Switch
DiscosBody/Head

The Switch

6 / 10
Raúl Julián — 25-09-2018
Empresa — Matador
Género — Experimental

La vida sigue sin Sonic Youth, y los años continúan sucediéndose con sus miembros principales cada vez más inmersos en proyectos artísticos de diferente índole. Al igual que Thurston Moore y Lee Ranaldo, también Kim Gordon parece haber apostado por llenar el vacío (o el tiempo) dejado por la mítica banda neoyorquina colaborando con otros músicos. En realidad hace ya más de cinco años que la bajista se unió a Bill Nace para dar a luz al proyecto Body/Head, con el que ahora publica su tercer disco tras “Coming Apart” (Matador, 13) y “No Waves” (Matador, 16), de nuevo al amparo del mítico sello Matador.

El carácter áspero y experimental con el que la dupla ha impregnado al invento desde el principio sigue resultando evidente tres discos después, e incluso se recrudece (y oscurece) en el presente trabajo. Los autores tensan la cuerda un poco más, y presentan una obra de compleja asimilación que parece carecer de límites convencionales, tomada por amplias dosis de noise-rock, distorsiones y pedales. Un elepé de aparente improvisación y ambientes explícitamente densos, tanto que en ocasiones podrían llegar a cortarse con un cuchillo. Las piezas pueden tornarse ocasionalmente cinematográficas –ideadas para alguna película de terror con claustrofóbicas consecuencias–, o también mutar hacia preferencias industriales a través de temas extensos y casi siempre instrumentales. Sucede con los siete minutos de la inicial “Last Time”, y tiene continuación en la inquietante (y deudora de Suicide) “You Don’t Need”, mientras que el título del tercer corte (“In The Dark Room”) resulta revelador. En “Change My Brain” la voz de la propia Gordon parece agonizar a lo largo de diez minutos, por debajo de una chirriante instrumentación que remite tanto a los Stooges más primitivos como al kraut-rock alemán. Con otros diez minutos de duración, “Reverse Hard” es el quinto y último eslabón de la cadena, y cuenta como protagonista con un ruido blanco que se extiende hasta la mitad de la pieza, momento en que la composición se reactiva con los punteos de una guitarra eléctrica y voces distorsionadas.

Satisface comprobar que Kim Gordon –paradigma de la modernidad más vanguardista y la propia experimentación sonora a lo largo de varias décadas con Sonic Youth– continúa inquieta y a la búsqueda de nuevas formas con las que convertir y enriquecer su música. Y el resultado de dicha exploración no resulta carente de interés aunque, a estas alturas del partido, diste bastante de ser de obligado consumo. Más bien resultará recomendable, sobre todo, para los más adictos a este tipo de ensayos arriesgados y para fanáticos de la icónica artista.

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