A lo largo de la historia de la música popular de los últimos cincuenta
años, nos encontramos con una serie de discos que son en sí mismos un hito,
pero a la vez una tumba y este es sin duda uno de ellos. El cuarto trabajo
de los hermanos Amador es el más completo, elaborado, y clarividente de sus
trabajos. En él supieron volcar todo lo aprendido con anterioridad,
sofisticando su propuesta en el que es, pese al título, el menos bluesy de
sus discos. Aupado en los devaneos jazz-swing de “Pasa la vida” o del cover
de “How High The Moon”, más el envolvente estribillo de “Camarón” y los
punteos blues de “Lindo Gatito” o el reggae de “Lunático”, se perpetra uno
de esos crímenes tan maravillosos de perversión del flamenco que tanto daño
hace a los integristas del género, pero que tan bien le sienta al proceso
de evolución de la música moderna. Se traspasaron límites, pero de forma
literal y en todos los sentidos, lo cual acabaría por provocar que la
relación entre los hermanos se tensara hasta romperse. “Blues de la
frontera” les llevó justo a ese punto de no retorno en el que ya nada
volvería a ser como antes.
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