El cuarto álbum de Bleachers abre sus puertas con “I Am Right On Time” bajo un claro lema de asumir el paso del tiempo, aceptar la madurez y aprender a querernos con todos nuestros defectos y errores en la vida. Aceptar que evolucionamos, que ya no somos los mismos, nos transformamos y eso también está bien. Jack Antonoff presenta este trabajo homónimo como una especie de recorrido por las identidades y la magia que le han llevado en los últimos años a convertirse en uno de los productores más importantes del mundo. No pretende buscar un nuevo sonido para él mismo que rompa esquemas, busca más certificar que es el dueño del pop en el presente.
Este nuevo álbum sirve una vez más de pack de expansión al eterno mensaje del “club de los incomprendidos” que tanto potencia el artista. Ese discurso de que unidos seremos mucho más fuertes y de que solo unos pocos conocen con certeza lo que es sentirse apartado del mundo por no encajar en los estereotipos básicos de la sociedad. Sin embargo, por primera vez, vemos a Jack más abierto a otros temas en esta nueva cita. Volvemos a encontrarnos con un álbum muy personal, pero en esta ocasión naciendo a través de una identidad creativa más compleja que la que ya conocíamos previamente.
“Bleachers” es una construcción pop sofisticada, con altas dosis de patriotismo americano, un sentimiento importante de comunidad, defensa, protección de los suyos y energía rock and roll. Es un álbum nostálgico, para refugiarse siempre que lo necesite en el pasado e intentar así tener los pies en la tierra ahora que está en la cima del mundo. Un proyecto que incluso en ocasiones conecta con ese primer disco, como en “We Are Going To Know Each Other Forever”, para recordarse a sí mismo lo que es el dolor real y a lo que verdaderamente hay que darle importancia. Además, lo bueno es que también es un disco que mira hacia el futuro de Jack presentando una especie de colección o resumen de todo aquello que ha construído en ajenos y dibujando un cuarto álbum que podría significar casi el fin de una era.
Todo suena a su ahora, al laboratorio de ideas de sus queridas y mimadas estrellas. Por ello, es muy difícil escapar de comparaciones constantes desde la primera reproducción. Pero el truco está en centrarse en lo que Bleachers siempre ha sido como banda, pensar en el crecimiento del proyecto y olvidar los recorridos alternativos de Antonoff. En realidad, lo único que busca el creador con esta entrega es disfrutar a lo grande y sentirse parte directa de todos esos grandes movimientos de los últimos años, aplicarse su propia estrategia a él mismo. Y lo hace a través de un viaje inspirado en sus ídolos de referencia que inicia desde finales de los ochenta y llega hasta su obsesión por la industria de los dosmiles. En “Jesus Is Dead” habla de forma directa de Longwave o DFA Records (LCD Soundsystem). Habla de tiempos que no tenían que ser mejores, pero sí de formas muy diferentes de vivir la música. Su amor por New Jersey, su ciudad, contamina por completo el disco defendiéndola a capa y espada frente a la gran New York, a pesar de que ya se le relaciona directamente como uno de los músicos actuales más importantes de la escena neoyorkina. Eso sí, como ya ha dicho en alguna entrevista, se podrá criticar más o menos la masa inconsistente que es la Gran Manzana pero nadie olvida que de allí salieron discos gigantes como el primero de los Strokes. Sin pestañear salta de la superficialidad y fácilmente pegadiza “Tiny Moves”, con ese “Sha-la-la” en bucle, a la fragilidad y la crudeza de “Isimo” en la que narra de forma metafórica las complejidades de la vida de casado de una forma dramática y cinematográfica, casi como hablando de una especie de guerrero que sale al campo de batalla a luchar (“But you were just a kid when they told you you'd been born to bleed little soldier with your garden heart and sentimental boulder”).
Es un disco continuista, pero a la vez lleno de movimiento y contrastes. Entre las colaboraciones de lujo del proyecto aparece su amada Lana Del Rey, que hasta llegó a cantar en su boda, en el tema “Alma Mater” o la participación de Florence Welch en “Self Respect” como un grito a la naturaleza humana y lo rápida e injusta que puede llegar a ser. Cómo a veces ni nos deja un pequeño respiro para asimilar las cosas. Sin embargo, lo más interesante llega cuando rascas en los créditos del disco y te encuentras con Kevin Abstract al recuperar “March”, un tema perteneciente a los “Saturation Drafts” de Brockhampton, para darle una vuelta junto a Sam Dew en la parte vocal y convertirla en “Call Me After Midnight”.
El cierre del álbum se firma con un certero discurso de lucha por tus sueños pese a todos los obstáculos que puedas encontrar en el camino. Para ello, Jack recupera un monólogo de Rodney Mullen, uno de los skaters profesionales más influyentes de la historia, que le sirve como empujón final a su mensaje y da una palmadita en la espalda a su comunidad, una última vez, para recordarles que siempre podrán contar con él. Jack usa sus canciones como terapia desde los doce años, compone por necesidad, construye y crece expulsando sus demonios a través de la música. Además, entiende la industria como nadie, es dueño de los códigos y necesidades de consumo. Por esa razón, le es tan fácil usar su faceta de productor para mirar más allá de las estrellas y hacerlas brillar como se merecen priorizando ante todo la humanidad y el talento pese a las grandes cifras.
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